“Tú que vives al amparo del altísimo y resides a la sombra del todo Poderoso di Al Señor: mi refugio, mi baluarte, mi Dios, en quien confío” Sal 91(90)
En este tramo de la historia de la humanidad donde las guerras se ciernen sobre nosotros, sacudidos por las tormentas y oscuridad que nos atraviesan y nos desestabilizan en la fe, en la esperanza y en el amor, caminamos con temor y temblor a la tierra prometida.
Los seguidores de Cristo intentamos a diario no detenernos por los peligros que corremos, sino, confiamos y nos abandonamos, corriendo la suerte del Maestro, porque, como dice San Pablo: “Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo, los sufrimientos de la Muerte de Jesús, para que también la Vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” 2Cor. 4,10
Vivimos en un mundo violento con falta de líderes creíbles, capaces de arrastrar por su coherencia de vida, a personas que esperan de ellos, en sus pensamientos, actitudes honestas basadas en la justicia y el bien común.
Necesitamos líderes que no naufraguen en la medida de sus acciones (lo que digo y hago es producto de un criterio coherente, razonado, veraz y justo).
Estas palabras que parecieran utópicas, la podemos trasladar a toda institución inclusive también a nosotros en la que estamos insertos como Iglesia -Pueblo de Dios-
Nos asecha otro peligro que crece entre los cristianos que es el catoprotestantismo -esto se refiere a que algunos que creen seguir a Cristo, en lugar de recurrir al Sacramento del Perdón con el sacerdote, incurren en un pecado mayor al absolverse así mismos- (omnipotencia).
Luego, después de su propia absolución, reciben el Cuerpo y La Sangre de Cristo con un corazón falseado, en pecado, sabiendo que en su propia alma habita El Señor.
En este momento de la historia de nuestras vidas, el servidor de Cristo y de los hermanos, se debe nutrir de la gracia inmerecida de la confesión, para pedir un corazón puro, con un espíritu firme, para ayudar a los hermanos a su salvación.
No son las palabras sino los gestos de caridad, fraternidad y amor los que arrastran.
La humanidad necesita corazones llenos de Paz y misericordia, que no se dediquen a juzgar, a condenar sino amar, para penetrar en las entrañas de los hermanos, caminando en el silencio de sus tragedias.
Alcanzar La Verdad que nos hace libres es precisamente dejarnos conducir por El Espíritu Santo cotidianamente, pidiendo la gracia del discernimiento, con una disposición humilde y perseverante en la oración, apoyados en los Sacramentos del Perdón frecuente y la Eucaristía.
Contemplemos a María Santísima Madre y Reina de La Paz con San José para que nos eduquen en El Amor de Su Hijo Jesús y así poder acompañar con un corazón lleno de Paz y misericordia, con gestos de comprensión, escucha y fraternidad que sirva a los hermanos que se encuentran desconcertados, desesperanzados y confundidos.
Los seguidores de Cristo intentamos a diario no detenernos por los peligros que corremos, sino, confiamos y nos abandonamos, corriendo la suerte del Maestro, porque, como dice San Pablo: “Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo, los sufrimientos de la Muerte de Jesús, para que también la Vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” 2Cor. 4,10
Vivimos en un mundo violento con falta de líderes creíbles, capaces de arrastrar por su coherencia de vida, a personas que esperan de ellos, en sus pensamientos, actitudes honestas basadas en la justicia y el bien común.
Necesitamos líderes que no naufraguen en la medida de sus acciones (lo que digo y hago es producto de un criterio coherente, razonado, veraz y justo).
Estas palabras que parecieran utópicas, la podemos trasladar a toda institución inclusive también a nosotros en la que estamos insertos como Iglesia -Pueblo de Dios-
Nos asecha otro peligro que crece entre los cristianos que es el catoprotestantismo -esto se refiere a que algunos que creen seguir a Cristo, en lugar de recurrir al Sacramento del Perdón con el sacerdote, incurren en un pecado mayor al absolverse así mismos- (omnipotencia).
Luego, después de su propia absolución, reciben el Cuerpo y La Sangre de Cristo con un corazón falseado, en pecado, sabiendo que en su propia alma habita El Señor.
En este momento de la historia de nuestras vidas, el servidor de Cristo y de los hermanos, se debe nutrir de la gracia inmerecida de la confesión, para pedir un corazón puro, con un espíritu firme, para ayudar a los hermanos a su salvación.
No son las palabras sino los gestos de caridad, fraternidad y amor los que arrastran.
La humanidad necesita corazones llenos de Paz y misericordia, que no se dediquen a juzgar, a condenar sino amar, para penetrar en las entrañas de los hermanos, caminando en el silencio de sus tragedias.
Alcanzar La Verdad que nos hace libres es precisamente dejarnos conducir por El Espíritu Santo cotidianamente, pidiendo la gracia del discernimiento, con una disposición humilde y perseverante en la oración, apoyados en los Sacramentos del Perdón frecuente y la Eucaristía.
Contemplemos a María Santísima Madre y Reina de La Paz con San José para que nos eduquen en El Amor de Su Hijo Jesús y así poder acompañar con un corazón lleno de Paz y misericordia, con gestos de comprensión, escucha y fraternidad que sirva a los hermanos que se encuentran desconcertados, desesperanzados y confundidos.
BENDITO Y ALABADO SEA EL SANTISIMO
SARAMENTO DEL ALTARPAZ Y BIEN
EDUARDO
SEP. 2024