¡Cuando sea levantado Yo en lo alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí! -Jn, 12,32-
En el camino hacia la Jerusalén Celestial, vamos atravesando el Año Litúrgico y nos introducimos en el tiempo de Cuaresma -tiempo de gracia- que nos conduce a la Pascua de Resurrección, por El Amor.
Con docilidad y humildad, nos proponemos abrir el corazón con la ayuda de la gracia, para escuchar la voz del Señor que nos dice:“Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de la salvación” -2Cor. 6, 13-
Este es el tiempo propicio para profundizar en la tarea y desafío cotidianos, la conversión y penitencia.
Sostenidos por la Palabra, la oración del corazón continua, el Sacramento del Perdón frecuente y la Eucaristía, si es posible diariamente; nos proponemos ahondar, en la limosna -hasta que duela- y el ayuno, especialmente, en la atención y acompañamiento, de los hermanos más abandonados.
¿Cómo se despliega esta tarea diaria y toma sentido cierto, sino es, encarnado en “EL Otro”?
“El Otro” es el hermano que sufre, me interpela y compromete, revistiendo mi vida de servidor, como imagen viva de Cristo.
El Papa Francisco nos señala que “El Otro es un don”
El Señor nos reclama un corazón humilde y misericordioso, reflejados primero, en la convivencia con los más próximos, expresada en el perdón, la paciencia, el respeto, la alegría, la caricia, el abrazo, la escucha, el amor, etc. “No quiero sacrificios ni oblaciones, sino un corazón humilde y arrepentido “dice El Señor.
Hoy la persona se obstina en vivir un relativismo recalcitrante.
Un narcisismo, cuyo centro es “la persona misma” ignorando y desechando aquello que lo despojade su protagonismo y primacía en su propio sentir, pensar y hacer, según le plazca.
Muchas veces nosotros, que nos llamamos seguidores de Cristo, atrapados en la fantasía de un pseudo cristianismo, vivimos en la apariencia de seguir al Señor, con las prácticas y condicionamientos de los ídolos que nos seducen en el mundo, el demonio y nosotros mismos.
Sabemos que somos tentados permanentemente por aquel -el demonio- que ronda como un león rugiente para devorar nuestra fe, esperanza y amor.
Es por ello que necesitamos contrarrestar las insidias del enemigo, preparando el corazón con la fortaleza que el Espíritu Santo nos brinda, para la lucha esforzada y perseverante.
Esta es la prueba que debemos abrazar y ofrecer, en el crisol de la cruz de todos los días, con la ayuda del mismo Espíritu.
Necesitamos morir a los propios caprichos, infidelidades, indiferencia, orgullo, egoísmo, etc., para nuestra sanación del corazón y conversión, intercediendo por nuestros hermanos y el mundo entero.
“Si el grano de trigo que cae en la tierra, no fecunda, pero si muere, da mucho fruto” -Jn. 12, 24-
El cristiano camina con la cruz acuesta, asociando las enfermedades y sufrimientos a la Pasión y Muerte Redentora de Cristo.
Como nos señala San Pablo “Jesús se hizo pecado por nosotros”
Por Su Sangre Preciosa nos ha salvado de la muerte y el pecado, para la vida eterna.
El adorador en la intimidad con Jesús Sacramentado, suplica se le conceda la gracia de abrazar la cruz con entrega y perseverancia, para que se haga la Voluntad del Padre.
Con un corazón misericordioso nos abrimos a los hermanos con el bálsamo del acercamiento, del amor y la escucha, como instrumentos sanadores.
Que la Madre Dolorosa nos acompañe en este camino de conversión permanente, para que, con la mirada puesta en la Cruz de Su Hijo, podamos ayudar a atraer a muchos, hacia Él, como siervos fieles, testigos de Su Gran Amor.
¡Alabado sea Jesucristo!
¡Santa Cuaresma 2017!
E.M.M.