“Estamos atribulados por todas partes
pero no abatidos” -2 Cor. 4, 8-
Vivimos en la perplejidad de un mundo complejo y caótico.
Los acontecimientos se suceden a velocidad inusitada, provocando una tensión y conmoción permanente, derribando lo conocido, cuestionando las propias estructuras, valores, comportamientos aprendidos y acostumbrados a lo largo de la historia personal.
Por la dimensión, envergadura e insólita aparición de hechos sorprendentes y sobrecogedores, es como si nos deslizáramos por terrenos resbaladizos, inestables, perdiendo el equilibrio con facilidad.
Más aún, es como si la confusión se apoderara de nosotros y ahora estamos urgidos, necesitados a volver a pensar, aprender a movernos a través de una multiplicidad de factores en la vida cotidiana, que aparecen como novedosos, desconocidos, incomprensibles e incómodos.
Pero -“El que me siga no andará en tinieblas”- dice el Señor -Jn. 8, 12-
Peregrinamos por el desierto de nuestros días con esta tienda de campaña -cuerpo mortal- hecha de provisionalidad, construida por el Amor de Dios, en el fundamento de la Piedra Angular, del Cristo Vivo.
El Padre nos ha llamado en este tiempo de confusión, de subjetivismo, egoísmo, de búsqueda desesperanzada, para interceder como servidores por la Iglesia y el mundo entero.
Aunque nos sintamos vulnerados y muchas veces paralizados por el miedo, angustia; participamos de la gracia y la Gloria de Dios, Adorando la Presencia Real de Jesús Eucaristía.
San Pablo nos advierte: “Siempre y a todas partes llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús, se manifieste en este cuerpo” -2 Cor. 4, 10-
El Adorador es educado en el servicio por la escuela Maternal de María, siempre dispuesto a salir en auxilio -por la oración continua- acudiendo sin demora para servir como la Madre.
El desafío del Adorador como servidor no es vivir en la nostalgia, sino en la atenta y renovada espera activa de la oración permanente.
Reconociendo y reparando en las actitudes y sentimientos de la Santísima Virgen María, reflejamos Su amor en la entrega y docilidad a la Voluntad de Dios, delicadeza y sabiduría, que nos permiten darnos cuenta, a través de una escucha atenta, de las necesidades aún más ocultas y los sentimientos profundos del hermano olvidado en su reclamo.
Aprendiendo de la Madre a compartir las alegrías y tristezas, promoviendo climas propicios para la unión, el diálogo, la tolerancia, el respeto, la justicia, la esperanza y el amor.
Para esclarecer y profundizar la misión del Adorador en el servicio, será menester partir de la purificación del corazón por la gracia y a través de nuestra libre disposición para acogerla, como don gratuito en la propia indignidad.
Necesitamos la permanente, constante, conversión del corazón y el entendimiento, para descubrir la voluntad de Dios y un espíritu de oración, que nace de un corazón misericordioso.
¡Alabado sea Jesucristo!
Eduardo
E. M. M.
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