“Reflejamos la Gloria del Señor y somos transfigurados en Su propia Imagen” -2co. 3, 18-
Desconcertados, vivimos en el asombro de los acontecimientos de la vida que nos angustian y agobian, a menudo, por causa de una fe debilitada o por falta de fe.
No somos abandonados por el Señor de la Historia, aunque muchas veces pareciera, estar lejos de nosotros.
Surge, entonces, la luz de Cristo, la luz de la Fe, la luz del Amor, que ilumina toda nuestra historia personal, como también, de la humanidad y el cosmos, en camino a la Jerusalén Celestial.
El Papa Francisco en la Encíclica Lumen Fidei señala: “La fe nace del encuentro con el Dios Vivo, que nos llama y nos revela Su Amor, un Amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida”.
A la Luz de la fe y en camino a la Nueva Evangelización, peregrinamos.
Transformados y alimentados por el Amor del Cristo vivo -en estos quince años de Adoración Eucarística- reflejamos Su Imagen por el testimonio, a través de los gestos, cercanía y amor a los hermanos.
Este es un tiempo de gracia, tiempo de reflexión y discernimiento.
Es una invitación y a la vez un desafío, para revisar la vida de discípulos, desde el llamado a la misión, en el carisma de adoradores-intercesores.
Alentados por el Espíritu de Amor, nos animamos a entrar detenida y valientemente en el propio corazón.
Para ello, será necesario respetar una dinámica sincera, profunda y reveladora, para que iluminados por el Espíritu Santo, podamos comprender y responder a estos tres momentos fundamentales en la vida del adorador: 1-La Llamada. 2-El encuentro. 3-El servicio.
1-La llamada, provoca desconcierto, se gesta en la intimidad de un encuentro con uno mismo y el Señor. (Recordemos el desconcierto de María en la Anunciación-Modelo del Discípulo entregado y abandonado en el Señor).
Sin entender nada, el Señor nos llama.
Somos corazones que se encuentran plagados de contradicciones, luchas existenciales, enfermedades y pecados. En la inconsciencia de no comprender Su cercanía, y aunque no lo percibamos, somos penetrados por Su Amor.
Ese desconcierto asumido como tal, resulta ser un gran momento, para el perdón, la oración y la conversión.
Por la gracia nos abrimos a un tiempo nuevo para intentar hacer la Voluntad de Dios.
Todavía no nos damos cuenta de la envergadura y dimensión del llamado.
El Señor nos recuerda: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino Yo el que los elegí a ustedes” -Jn. 15, 16-
No fuimos llamados por nuestros méritos, sino, para comprometernos en la viña del Señor, a una misión trascendente.
2-El encuentro. Por el silencio y la contemplación nos encaminamos a una profunda y humilde intimidad con el Señor en la actitud del discípulo: “Aquí estoy Señor, para hacer Tu Voluntad” -Sal. 39-
El Señor nos ama tal cual somos, y espera paciente y misericordiosamente, el tiempo de cada uno.
Por la intercesión del Espíritu Santo, disponemos el corazón para la escucha, a través de la oración y conversión permanente. “Habla Señor, que tu siervo escucha” -1Sa. 3, 10-
Somos iluminados por la Palabra -Lectio Divina- en el auxilio del Sacramento de la Reconciliación y alimentados por la Eucaristía.
Ofrezcamos la vida, purificada en la cruz cotidiana, asociándola a la Pasión Redentora de Cristo, para la salvación de las almas.
3-El servicio. Fuimos llamados para ser servidores-intercesores de la Iglesia de Cristo.
En la Presencia Viva del Hijo de Dios ofrecemos al Padre, las necesidades de la Iglesia, el Papa, nuestro Obispo y el mundo, como fieles operarios de Su Viña.
Se nos encomendó un servicio silencioso y perseverante, para una humanidad alejada de Dios, acosada por el relativismo.
Pero también, la imperiosa necesidad de salir al encuentro de los hermanos, llevando al Cristo Vivo a los hogares.
Reflejemos la Imagen del Dios Vivo y Verdadero a través de nuestro testimonio, para acompañar, asistir con entrañas de misericordia a las periferias geográficas y existenciales.
Pidamos a María Santísima Madre del Hijo de Dios, para que, consagrados al Amor Eucarístico, nos enseñe a redescubrir en el llamado, la misión, y nos eduque para el servicio a Su Imagen, modelo del Discípulo.
¡Alabado sea Jesucristo!
E. M. M.
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