“Yo sé que mi Redentor vive” Job. 19, 25
En este mundo de violencia y desamparo, vivimos en la paradoja del vacío existencial, lleno de vanidad, soledad e indiferencia, pero, al mismo tiempo, con el Amor inquebrantable de Dios Padre que: “Amó tanto al mundo que entregó a Su Hijo Único, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna” -Jn. 3, 16-
En el camino Cuaresmal del seguimiento de Jesús, nos exhorta el Papa Francisco: “Es un tiempo de renovación para la Iglesia, para la comunidad y para el creyente, pero sobre todo un -tiempo de gracia- (2Cor. 6, 2) Mensaje Cuaresma 2015.
Es una invitación a cargar la cruz de cada día, a través de la conversión permanente por la oración.
A la luz y saciados por el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía, somos sanados por la Misericordia del Señor, en el Sacramento de la Reconciliación.
Es también un tiempo propicio para escuchar en el silencio de la contemplación la voz del Señor, que nos habla al propio corazón, para que cambiemos actitudes y comportamientos contaminados por el individualismo, egoísmo e indiferencia.
Asistidos por el Espíritu Santo, caminamos descubriendo el Amor de Dios, encarnado en cada hermano necesitado y sufriente, despreciado, ignorado y tantas veces rechazado por nuestra indiferencia.
El Papa Francisco nos advierte: “Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta el punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia” Mensaje Cuaresma 2015.
Estos tesoros, falsas apropiaciones, de vanidad, de egoísmo e indiferencia, que a lo largo de la vida fuimos acumulando como resaca, sirvieron a los caprichos, obstaculizando el camino de la liberación. “Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón” dice el Señor.
La sorpresa en el seguimiento de Jesús a través de La Cruz, como -Signo de Contradicción- se encuentra reflejada en nuestro desconcierto de este misterio: “Hay que morir para resucitar a una vida nueva”.
Envueltos en la oscuridad de nuestros miedos y desesperanzas, no dejamos penetrar la gracia, que nos renueva y regenera. ¿Cómo superamos esta indiferencia en este tiempo de Cuaresma, sino trabajando en nuestro corazón?, como dijo Benedicto XVI (Deus Caritas 31) “Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso, necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. …En definitiva un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro”.
Recurramos a la Santísima Virgen, la Madre Dolorosa, que nos enseñe, en el silencio de su dolor a sufrir por Su Hijo en los hermanos. Aceptando las propias cruces, asociándolas a la Cruz Gloriosa por nuestra resurrección y de los hermanos, en la comunión de los santos. Amén
¡Alabado sea Jesucristo!
E. M. M.
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