Los cristianos y una buena parte del mundo todavía, nos sentimos conmovidos, perplejos por los acontecimientos vividos, con un corazón palpitante, entre el asombro, la nostalgia y el acostumbramiento.
El Papa Francisco con su cercanía, pero la firmeza y contundente claridad de los testimonios, nos provoca misericordiosamente, para que cambiemos, revisemos la vida a partir de la alegría del Evangelio.
El nos invita a encarnar la Palabra en nuestra vida y salir del encierro, del ostracismo, para vivir la alegría del anuncio del Evangelio por el testimonio, como discípulos-misioneros.
“El Evangelio invita ante todo a responder al Dios Amante que nos salva, reconociéndonos en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos ”Evangelii Gaudium No. 39".
Volver a encarnar la alegría del Evangelio es fruto de configurar la vida en Cristo.
Con un corazón que a través de la conversión permanente y purificación, late en la misma frecuencia del Corazón de Jesús.
Nos damos cuenta porque, nuestro pensar, sentir y obrar, hunde la raíz en el amor, la humildad y la misericordia. Como lo confirma San Pablo: “No vivo yo, sino es Cristo que vive en mí” -Gal. 2, 20-.
El asombro es volver a la alegría del reencuentro personal con Jesús que nos salva.
Implica despertar, sacudirnos de una recurrente tibieza, de la acedia -la amargura de una tristeza que nos asecha, que nos impide reconocer el triunfo de Cristo en nuestra Vida-.
Muchas veces, teorizamos la fe, que solo se funda en la razón, no en el corazón, como don, como regalo, como gracia de sabernos hijos de un Padre Bondadoso, por el Bautismo de Su Hijo en el Espíritu Santo.
Volver a encarnar la alegría del Evangelio, nace también, de la osadía de atrevernos a romper las ataduras de los acostumbramientos, que supimos conseguir a lo largo de la vida. El círculo vicioso de las recurrencias, repeticiones, de hacer lo mismo, ayer, hoy y mañana.
Nosotros como adoradores-servidores de la Iglesia de Cristo, nos preguntamos: Si en la intimidad con Jesús Sacramentado, muchas veces nos negamos a entrar en el recinto sagrado del propio corazón, como si el Señor no nos conociera, para que en el silencio de la contemplación, lo escuchemos, con un oído atento y nos abramos a Su Voluntad, diciendo: Aquí estoy, Señor.
En El somos alentados, para que sin miedos, penetremos en el corazón, con la ayuda de la gracia y nos animemos a desbaratar la confusión y el engaño, que se manifiesta, en la incoherencia, entre lo que decimos y hacemos, entre lo que profesamos y nuestros testimonios.
El seguimiento de Cristo, nos hace tomar conciencia de nuestros pecados, pero, con un Padre Misericordioso dispuesto a perdonar siempre, a través del Sacramento de la Reconciliación.
Solemos vivir en la nostalgia de otros tiempos, enceguecidos por la circunstancia, perdemos la dimensión de la misión aquí y ahora.
El Señor nos invita a tomar este desafío, para que la vida llene de sentido el llamado, como fuente de salvación.
El nos hace despertar, para que, en la libertad de los hijos de Dios, nos demos cuenta, de los signos de los tiempos y aceptemos la cruz de cada día, para nuestra santificación, la de nuestra familia, del Pueblo de Dios y para todos los que no conocen el amor de Dios.
Que María Santísima nos eduque en la alegría del Evangelio que nace del encuentro personal con Su Hijo Jesús y florece en el anuncio de la salvación para todos.
¡Alabado sea Jesucristo!
E. M. M.
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