“La Pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho, que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios” (Papa Francisco)
El despertar a una nueva conciencia y por lo tanto a una vivencia encarnada en la alegría del Evangelio, nos hace reflexionar y sacudir el polvo de un cristianismo atrincherado en sí mismo.
Esto se manifiesta en el cumplimiento de normas y mandatos que lejos están de un corazón misericordioso, donde el hermano que sufre se siente desamparado, en la intemperie de la vida, de su circunstancia, solo, sin ayuda, sin asistencia, sin acompañamiento.
Peregrinar por esta Cuaresma, tiempo de gracia, tiempo de conversión y penitencia, es donde se presenta la bienaventurada e insoslayable oportunidad para ofrecer y purificar nuestras miserias y pecados.
Nos proponemos vivir con un oído atento, abierto a la escucha de la Palabra y otro en la realidad que nos interpela y compromete, para cargar y ofrecer la cruz de cada día, unidos a la Pasión Salvadora y Redentora de Nuestro Señor Jesucristo.
Las heridas de Cristo que tocamos en el hermano, se nos presentan en cada momento.
Algunas, en el lugar menos pensado, otras, próximas, más conocidas, pero muchas veces descuidadas, olvidadas o abandonadas.
Para poder asistir las heridas abiertas del hermano con entrañas de misericordia, ofrecemos el bálsamo, el aceite nuevo, refrescante, acogedor de nuestra cercanía, de nuestra paciencia, de nuestro tiempo, de nuestro amor.
Si no salimos de viejos esquemas, de rutinas vacías, sin la coherencia de vida impregnada en el Evangelio, no estaremos disponibles para una renovada y auténtica relación con Cristo y los hermanos.
Es una invitación a despojarnos de lo que más nos cuesta -hasta que duela- como respondía la Beata Teresa de Calcuta.
Pero esto, también trasciende lo puramente material y atraviesa todo nuestro ser, nuestras actitudes, comportamientos, que se revelan por el testimonio en la alegría, la esperanza y la misericordia.
El adorador en esta Cuaresma se abre a una dimensión reparadora, abrazando en el silencio y la contemplación a todos los hermanos por la oración, ofreciendo los dolores al Padre Celestial en La Persona Viva de Cristo Eucaristía.
Que María Santísima Madre de la Misericordia y la Esperanza, nos ayude a transitar por los caminos de la Cuaresma preparando nuestra conversión permanente para ser testigos del amor y renovados por el Espíritu Santo en un corazón de Samaritano.
¡Alabado sea Jesucristo!
E. M. M.
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