“Sáname y quedaré sano, sálvame y estaré a salvo,
porque Tú eres mi alabanza” -Jer. 17, 14-
En este tiempo de tribulación y esperanza, esta es una recurrente pero encendida invitación a promover a la luz de la Palabra, una permanente, serena, pero honesta vigilancia del propio corazón.
“Señor Tu me sondeas y me conoces…
…todos mis pasos te son familiares…” -Sal. 138-
Sabemos que en el corazón se enquista la necedad, el rencor, la envidia, los celos, la infidelidad, el egoísmo, la soberbia, etc., como también habita, el amor, la misericordia, la paciencia, la humildad, etc.Entonces, nos proponemos, como centinelas, vigilar el corazón, precisamente en la manifestación cotidiana de nuestros actos.
Apoyados en la oración y con la ayuda de la gracia, no descuidaremos al amor, para que el amor de Dios se refleje en nosotros, y los hermanos reciban ese mismo amor.
El adorador se acerca al Santísimo Sacramento -Fuente Inagotable de Gracia- para adorar, alabar, reparar y dar gracias, buscando saciar la sed y el hambre.
Dice el Señor: “El que viene a Mí, jamás tendrá hambre.
El que cree en Mí jamás tendrá sed” -Jn. 6, 35-
Por Su Amor Misericordioso fuimos llamados a ser servidores de Su Iglesia e intercesores de los hermanos.Como lo señalaba San Juan Pablo II: “El adorador delante del Santísimo intercede silenciosamente por la oración, para transformar la humanidad”
Será necesario, entonces, disponernos en el silencio de la contemplación, con una escucha atenta a la voz del Señor, acallar los ruidos interiores del corazón, que obstaculizan un íntimo y sincero encuentro con El.
El Señor espera que dispuestos, abramos el corazón para dejarnos sanar, purificar y educar por su mismo Espíritu en el amor, configurados en los sentimientos de Jesús.
San Pablo nos exhorta: “Tengan ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” -Flp. 2, 5-
No podemos amar sin tener la experiencia del amor, sin conocer el Amor de Dios, sin tener la plena certeza de sentirnos amados por Él, para poder amar.
“El amor es la plenitud de la ley” -Rm. 13, 10-
Nos damos cuenta cuando en nuestra vida, aparecen sentimientos que, desde lo más profundo del corazón, se reflejan en las propias actitudes y comportamientos, provocando un acercamiento o alejamiento de los hermanos.
“Pidamos al Señor que nos haga entender la ley del amor.
¡Qué bueno es tener esta ley! ¡Cuánto bien nos hace amarnos los unos a los otros! ¡en contra de todo! ¡Sí, en contra de todo! ¡No nos cansemos de hacer el bien! (gal. 6, 9)” -Evangelii Gaudium 101-
El desafío perseverante es abrazar la realidad con amor -a pesar de todo-
Descubrir a través de la conversión permanente el tesoro del amor de Dios. Ser testigos encarnados de ese mismo amor, para acompañar a los hermanos sufrientes, arraigados en la fe, abandonados en la esperanza y purificados en el amor.
La adoración Eucarística no es una huída de la realidad, sino el centro de la vida de la Iglesia que es Cristo Eucaristía, fuente y culmen, Ayer, Hoy y Siempre, comienzo y fin de todo llamado y misión para la evangelización.
Pidamos a María la Madre del Amor Sacratísimo de Jesús, que nos enseñe a ser testigos fieles del Amor, a través de una vigilancia permanente y sincera de nuestro corazón, para poder amar.
¡Alabado sea Jesucristo!
E. M. M.
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