“¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!” -Lc. 18, 13-
El camino para celebrar el encuentro con Jesús Sacramentado es una invitación a revisar la propia vida a la luz del Evangelio, mirándonos en el espejo del Publicano, para que nos abandonemos y nos abramos al amor misericordioso de Dios.
La conversión permanente nos aproxima al Amor del Padre, en Jesucristo Su Hijo, por el Espíritu Santo que nos infunde la gracia como don gratuito.
El cristiano cautivado por el Amor de Dios, en esa ternura, se abre a Su Voluntad, con un corazón dolido y arrepentido, semejante al corazón del publicano.
El Papa Francisco nos exhorta: “¡Nos hace falta clamar cada día, pedir Su gracia, para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial!” -Evangelii Gaudium 264-
Muchas veces, nuestra complacencia en las propias actitudes: indiferencia e infidelidad, nos vuelve tibios, por lo tanto, así, el Amor de Dios, lo dejamos escurrir como arena entre los dedos.
El amor de Dios se manifiesta en un corazón abandonado y pequeño.
“Que dulce es estar frente a un crucifijo o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante Sus ojos”
“¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar Su vida nueva!” -Evangelii Gaudium 264-
La gracia atraviesa la insignificancia de nuestra pobreza, en un corazón arrepentido.
La falsa humildad, es el engaño que aparece en el orgullo disfrazado, como en el corazón del fariseo: “Dios mío, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano” -Lc. 18, 11-
La verdadera humildad, don del Espíritu Santo, nace en el amor y es ahí donde nos podemos relacionar con el Señor, y, a través de los testimonios, con nuestros hermanos, como imagen viva de Cristo.
La humildad y la confianza abandonada, devienen de un corazón compungido y arrepentido.
En esa conciencia y reconocimiento de sentirnos pecadores, nos reflejamos en el corazón del Publicano.
La misericordia, es la manifestación del Amor de Dios en cada uno de nosotros.
No podemos encontrarnos con el Señor si nuestro corazón todavía no traspuso el umbral del amor propio, somos cristianos disfrazados, fariseos, lejos del Amor de Dios.
Nuestros esfuerzos, que parecieran alcanzar todo, no sirven para relacionarnos con El Señor, deben morir, para permitir que penetre la gracia, porque El se manifiesta en la debilidad. “Te basta Mi gracia porque Mi poder triunfa en la debilidad” -2 Cor. 12, 19-
Pidamos a la Santísima Virgen María, la Humilde Servidora abandonada en El Señor, que nuestra vida y la vida de la Iglesia se nutran siempre del Amor Eucarístico de Jesús y en los sentimientos y obrar del corazón del Publicano, para Gloria de Dios Padre. Amén
E. M. M.
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