“El Espíritu de la Verdad…ustedes lo conocen, porque El permanece con ustedes y estará en ustedes” Dice el Señor -Jn. 14, 17-
En la dinámica vertiginosa de una humanidad que se debate, entre la indiferencia individualista y el drama de las guerras que nacen en el corazón, porque nos hemos alejado de Dios, El Espíritu del Señor, con el fuego de Su Amor, nos va despertando a una vida nueva, respetando la propia libertad, nos pone en camino para la misión, saliendo al encuentro de los hermanos.
El Amor del Espíritu Santo que habita en el tabernáculo del corazón, renueva la vida por la gracia y nos introduce en la sintonía de la misma vida de Jesús, para ser más parecidos a Él.
Dice El Señor: “El Espíritu Santo les enseñará y les recordará mis enseñanzas” -Jn. 14, 26-
En la fragilidad de nuestra condición humana, cristiana y pecadora, necesitamos el ejercicio cotidiano de suplicar la luz y la asistencia del Espíritu Santo.
Guiados por el Espíritu de la Verdad, en el discernimiento, podemos alcanzar y recorrer los caminos, según las enseñanzas de Jesús, para no caer en decisiones viciadas de omnipotencia arrogante, alejadas de la Voluntad de Dios.
Imploremos al Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, Espíritu de Consuelo, para que, con Su soplo vivificador, podamos discernir lo que más conviene a la salvación, por la santidad y el crecimiento en el amor, la esperanza y la fe.
Purificado el corazón por la gracia, nos atrevemos a descubrir el Amor de Dios en la propia existencia, realidad y circunstancia.
Dejémonos abrazar por el Dulce Huésped del Alma.
Escuchemos en el silencio del corazón, la voz interior del Divino Maestro, que nos despierta a la osadía del amor y nos une como Iglesia -Pueblo de Dios- para proclamar el Evangelio, dando razón de la alegría y la esperanza.
El cristiano, en el peregrinar por la vida hacia el gozo eterno, va palpitando la alegría de la Resurrección, por la luz y la ayuda del Espíritu Santo, para compartirla con los hermanos, a través de los testimonios de cada día.
Tomas Merton dice: “La unión del cristiano con Cristo, es una unión mística, en la que Cristo mismo es la Fuente y Principio de Vida en mí. Cristo mismo alienta divinamente en mí, dándome Su Espíritu” (Semillas de contemplación).
El adorador, a través del silencio y la contemplación, por la oración del corazón, en la Presencia Viva de Jesús Sacramentado, adentrado por Su Amor, es conducido por el mismo Espíritu de Dios, hacia un nuevo Pentecostés, un nuevo renacimiento.
¿Cómo dejarnos conducir por El Espíritu Santo a un nuevo Pentecostés, a un nuevo renacer, si nos encerramos en los propios caprichos, esquemas y presupuestos recurrentes?
Dejarnos conducir por El Espíritu del Señor y Dador de Vida, es abrirnos a la sorpresa de Dios por la aceptación y la entrega confiada.
Dispongamos nuestro corazón, en la docilidad y humildad por la oración, para recibir la efusión de Sus Dones, sobre cada uno de nosotros de: “Sabiduría, Ciencia, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Piedad y Temor de Dios”
Que la Santísima Virgen Maria Sede de la Sabiduría Consuelo de los pecadores y Madre de la Iglesia, nos eduque como Jesús, con un corazón manso y humilde, por el Fuego del Amor, para Gloria de Dios. Amén
Santa María del Espíritu Santo
¡Alabado sea Jesucristo!
¡VEN ESPÍRITU SANTO!
E. M. M.
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