“No se pone vino nuevo en odres viejos…el vino nuevo se pone en odres nuevos” -Mt. 9, 17-
Nuestro corazón, fatigado por los años, sufrimientos, pérdidas, miedos y la propia circunstancia, poco a poco, se va encerrando en vanas complicidades y temores, por lo tanto, se va enfriando.
Los ritos cotidianos, hábitos acostumbrados, muchas veces, nos confunden en engañosa conformidad, pretendiendo justificar la propia creencia.
En esta apariencia de un seudo cristianismo, porque rezamos, asistimos a Misa, Adoramos, etc., nos conforma, por lo tanto, nos resistimos a cambiar el corazón como El Señor nos invita.
Desde ese lugar, vamos construyendo, un cristianismo de cumplimiento, y no, un cristianismo discipular, abierto al misterio y a la sorpresa de Dios, en la alegría y el amor que transforma la vida propia y a los que nos rodean.
El cristiano del cumplimiento es aquel que cae muy fácilmente en la soberbia, en la superioridad de los demás, en la vanidad, en el narcisismo, es el que se las cree.
Mientras que, el discípulo en clave del publicano, se siente un pecador perdonado, indigno de recibir la gracia por la Ternura y el Amor Misericordioso del Padre.
Por lo tanto, se presenta delante del Señor, humilde, frágil, desvalido, para buscar redención, alimento, perdón, repara las ofensas propias y de los hermanos, da gracias, Adora y Glorifica.
Atreverse a confiar, es entrar en el misterio, en la aceptación plena del discípulo servidor que tiene como modelo a la Santísima Virgen María, en el hágase en Mí según Tu Palabra -sin condicionamientos-.
A menudo, llegamos a la Presencia Viva de Jesús Eucaristía, con pesadas cargas, requerimientos, peticiones nobles y urgentes, que nos ocupan toda la hora de Adoración, como si el Señor no conociera lo que necesitamos.
Por lo tanto, le restamos tiempo a esa intimidad amorosa y sanante con Jesús, para intentar escuchar en el silencio de la contemplación, la voz del Señor que nos invita a cambiar el corazón, en una forma de vida configurada a Sus enseñanzas, donde prima el Amor.
Necesitamos aceptarnos y reconocernos tal cual somos, así entraremos con la libertad de los hijos de Dios a la dimensión plena del amor, a través de los gestos y actitudes misericordiosas, amorosas, con los más próximos, complicados e incómodos.
El adorador en camino a la renovación del propio corazón es aquel que en la Presencia Viva de Jesús, se dispone con la ayuda del mismo Espíritu a vivir el llamado intensamente, con la cruz a cuesta de cada día, dejándose moldear por El Señor, para servir y amar a todos los hermanos.
Con humildad y en oración, invocando la asistencia del Espíritu Santo, intentemos al cierre de cada jornada, reflexionar, para darnos cuenta si vamos por el camino del Señor, o, en la recurrencia empecinada, engañosa del propio camino.
Que María Santísima Madre del Consuelo, Modelo del Servidor fiel, nos acompañe en este camino de conversión y renovación del corazón, para atraer con los testimonios a los hermanos más próximos y a los más alejados, que no conocen el Amor de Dios.
¡Alabado sea Jesucristo!
E. M. M.
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