“El Espíritu de la Verdad Él los introducirá en toda la Verdad” -Jn.16-
Como Pueblo de Dios peregrino, caminamos por este desierto cotidiano en la espera de un Nuevo Pentecostés.
Sabemos que: “El Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por El Espíritu Santo que se nos ha dado” -Jn.14,26-
Pero aún nos cuesta reconocerlo en la propia vida.
Quizá, por la fragilidad e inconstancia que tiene su raíz en una fe débil, en una esperanza desconfiada, en un amor que intermitentemente se enfría, por no abandonarse sin condicionamientos, en El Amor de Jesús Resucitado.
Muchas veces, hay dureza en el propio corazón, proclive a ser tentado y atacado por el león rugiente, el demonio, debido al vaivén de los propios estados de ánimo y a las tentaciones del mundo.
Esto obstaculiza y detiene dejarnos conducir por Aquel -Espíritu de la Verdad- que sabe más de nosotros mismos.
Si vivimos animados por El Espíritu Santo que habita en nosotros dejémonos conducir por Él.
San Pablo refuerza esta afirmación: “Todos los que son conducidos por El Espíritu de Dios son hijos de Dios” -Rm.8,14-.
Por lo tanto, debemos invocar permanentemente Al Maestro Interior para que nos conceda la gracia del recto discernimiento, por el camino de la humildad a través de la oración del corazón.
San Pablo nos ilumina con un lenguaje fuerte pero certero: “El Mismo Espíritu Viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido, pero El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” -Rm.8,26-
San Pablo nos recuerda: “Ustedes hermanos han sido llamados para vivir en libertad, pero, procuren que esa libertad no sea un pretexto para satisfacer deseos carnales. Háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del Amor” -Gal.5,13-
¿Cómo reconocemos Al Espíritu de La Verdad en la propia vida?
Cuando aparecen los frutos del Mismo Espíritu en nuestro comportamiento, actitudes, gestos, sentimientos, miradas que se asemejan a las de Jesús: Amor, alegría, Paz, magnanimidad, afabilidad, bondad, confianza, mansedumbre y temperancia. -Gal.5,22-
Para recorrer este camino y no caer en el error de nuestra soberbia, recurramos a La Madre de Dios y Madre nuestra con San José que nos iluminan con Sus gestos actitudes, sentimientos y pensamientos propios de Su Hijo Jesús.
En la Alborada de este nuevo Pentecostés dejémonos conducir por El Dulce Huésped del Alma abriendo los oídos del corazón, escuchando en el silencio, que es el lenguaje de Dios, la voz interior del Amor que nos guía por camino de la transformación y nos penetra en lo profundo de nuestro ser con El Fuego de Su Amor.
Pero aún nos cuesta reconocerlo en la propia vida.
Quizá, por la fragilidad e inconstancia que tiene su raíz en una fe débil, en una esperanza desconfiada, en un amor que intermitentemente se enfría, por no abandonarse sin condicionamientos, en El Amor de Jesús Resucitado.
Muchas veces, hay dureza en el propio corazón, proclive a ser tentado y atacado por el león rugiente, el demonio, debido al vaivén de los propios estados de ánimo y a las tentaciones del mundo.
Esto obstaculiza y detiene dejarnos conducir por Aquel -Espíritu de la Verdad- que sabe más de nosotros mismos.
Si vivimos animados por El Espíritu Santo que habita en nosotros dejémonos conducir por Él.
San Pablo refuerza esta afirmación: “Todos los que son conducidos por El Espíritu de Dios son hijos de Dios” -Rm.8,14-.
Por lo tanto, debemos invocar permanentemente Al Maestro Interior para que nos conceda la gracia del recto discernimiento, por el camino de la humildad a través de la oración del corazón.
San Pablo nos ilumina con un lenguaje fuerte pero certero: “El Mismo Espíritu Viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido, pero El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” -Rm.8,26-
San Pablo nos recuerda: “Ustedes hermanos han sido llamados para vivir en libertad, pero, procuren que esa libertad no sea un pretexto para satisfacer deseos carnales. Háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del Amor” -Gal.5,13-
¿Cómo reconocemos Al Espíritu de La Verdad en la propia vida?
Cuando aparecen los frutos del Mismo Espíritu en nuestro comportamiento, actitudes, gestos, sentimientos, miradas que se asemejan a las de Jesús: Amor, alegría, Paz, magnanimidad, afabilidad, bondad, confianza, mansedumbre y temperancia. -Gal.5,22-
Para recorrer este camino y no caer en el error de nuestra soberbia, recurramos a La Madre de Dios y Madre nuestra con San José que nos iluminan con Sus gestos actitudes, sentimientos y pensamientos propios de Su Hijo Jesús.
En la Alborada de este nuevo Pentecostés dejémonos conducir por El Dulce Huésped del Alma abriendo los oídos del corazón, escuchando en el silencio, que es el lenguaje de Dios, la voz interior del Amor que nos guía por camino de la transformación y nos penetra en lo profundo de nuestro ser con El Fuego de Su Amor.
¡VEN ESPÍRITU SANTO!
SANTO Y BENDECIDO PENTECOSTES. ALELUYA ALELUYA
UN ABRAZO FRATERNO
EDUARDO
MAYO/JUNIO 2023
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