“Alégrense en la esperanza, pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración” Rom.12,12
Con temor y temblor el verdadero discípulo de Jesús, como en otros tiempos de la historia, vive en su corazón, dentro y fuera de la Iglesia -Pueblo de Dios-, los ataques del león rugiente, el demonio.
Estas provocaciones provienen de las falsas ideologías y doctrinas, grupos que se revelan ingenuamente, pero con osada rapiña, pretendiendo echar abajo o cambiar a su antojo, las Enseñanzas del Divino Maestro, Jesucristo El Señor. Éstos, desean acomodar las enseñanzas de Jesús -muchas veces sutilmente y otras abierta o abruptamente-, a la medida de las vanidades o caprichos de una humanidad idólatra del propio ego.
El verdadero discípulo de Jesús camina cotidianamente con la armadura de la Fe y con la humildad; porque conoce su debilidad, suplica la gracia de la fortaleza que viene del Señor.
El verdadero discípulo de Jesús, libra en cada momento las batallas en el corazón, ahí donde se resuelve la libertad, sabiendo que es el Templo del Espíritu Santo. Y es el Mismo Espíritu el Único que puede ayudar a deshacer la insensatez de la soberbia, el egoísmo del falso ego, con el fuego de Su Amor.
El verdadero discípulo de Jesús camina siempre con el arma de la oración permanente, el Santo Rosario, la Eucaristía y busca, como decía Santa Teresa, barrer la casa del corazón con la gracia del sacramento del perdón frecuente.
La gracia del sacramento del perdón desata las insidias del demonio, limpiando el propio corazón, de la carroña del egoísmo, la soberbia, la infidelidad, la falta de amor, etc.
El verdadero discípulo de Jesús se nutre del Amor Eucarístico en la intimidad con el Cristo vivo en el Santísimo Sacramento del altar, fuente de vida nueva.
El verdadero discípulo de Jesús vive las bienaventuranzas encarnadas en su vida, sin empecinamientos, ni forzamientos, en la libertad de los hijos de Dios.
El verdadero discípulo de Jesús echa su raíz en el amor de Dios, y todo su comportamiento se encuentra impregnado en ese mismo amor, que da sentido a su obrar, sentir y pensar semejante al Sagrado Corazón de Jesús, manso y humilde.
El verdadero discípulo de Jesús se dispone siempre a servir antes de ser servido, sale al encuentro -como María Santísima- del hermano que sufre sin demora para asistirlo, acompañarlo, curando las heridas con el aceite nuevo de la fraternidad.
El verdadero discípulo de Jesús no se deja amedrentar por los falsos profetas de calamidades, invoca permanentemente al Espíritu Santo como Fuente de todo consejo para que lo ilumine en la oscuridad del camino, y así no caer en la red del cazador.
El verdadero discípulo de Jesús, si bien libra las batallas en su corazón, tiene un compromiso con la comunidad eclesial, la Patria, la sociedad, la familia, la humanidad, el cosmos y el cuidado de toda la creación, como artesano de la paz.
El verdadero discípulo de Jesús es consciente del llamado para anunciar que el Reino de Dios está cerca invitando a una profunda y autentica conversión.
El verdadero discípulo de Jesús sabe que, en este desierto cotidiano, necesita la ayuda de María Santísima y de San José, como también de los santos que lo precedieron.
El verdadero discípulo de Jesús, para recorrer un camino de santidad hacia la Casa del Padre, debe intentar, con la asistencia del Espíritu Santo, sembrar La Palabra cotidianamente con humildad y perseverancia, a través de sus testimonios con coherencia de vida, dando frutos en abundancia.
El verdadero discípulo de Jesús se propone, con la ayuda de la gracia, llegar al final de sus días en este mundo, como le enseñaba San Pablo a Timoteo: “He peleado hasta el fin, el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe” - (II Timoteo 4,7).
¡Alabado sea Jesucristo!
PAZ Y BIEN
JULIO/AGOSTO 2023
EDUARDO
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