“Misericordiosos como El Padre”
El Papa Francisco marca el rumbo y nos recuerda: “La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia.
La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino para alcanzar la meta anhelada” (Bula No. 14).
Para transitar el camino de la misericordia será necesario disponer el corazón, a través de la conversión permanente, fruto de la gracia del Sacramento del Perdón y las obras de Misericordia Corporales y Espirituales.
El adorador contempla el rostro de la Misericordia en Jesús Sacramentado, redescubriendo el camino del perdón.
Este camino nos conduce por la oración y el ayuno, a desatarnos las cadenas del egoísmo e individualismo, la soberbia y los rencores ancestrales que bloquean a la Misericordia.
Liberados del flagelo de la indiferencia por la Misericordia podemos estar disponibles -como el Samaritano- para encontrarnos con el rostro del hermano en cualquier periferia, rostro del Cristo Sufriente, para ayudarlo y acompañarlo.
Para que este tiempo de la Misericordia nos ayude a sincerarnos con nosotros mismos, escuchemos en el corazón la voz del Señor.
No distorsionemos nuestro comportamiento, con falsas maniobras de justificación, resistiéndonos a perdonar y a ser perdonados, no reconociendo la falta o pecado, resultando este un engaño.
El ejercicio cotidiano de la Misericordia nos despega de la hipocresía, de un cristianismo incoherente, encerrado en ritos repetitivos y sacrificios vanos. “No quiero sacrificios sino Misericordia” dice El Señor.
El contemplar el rostro de la Misericordia en Jesús Sacramentado, nos hace más permeables -por la gracia- para escuchar con el oído del corazón y salir sin demoras al encuentro del hermano.
Peregrinamos por el Adviento reviviendo en cada año el Misterio de la Encarnación.
La Ternura del Padre que tanto nos Ama, envió a Su Hijo nacido de una Mujer por obra del Espíritu Santo, para compartir los dolores, los sueños, las alegrías y esperanzas, pero no el pecado, de la naturaleza humana.
El Emmanuel -El Dios con nosotros- siendo Rey, padeció el desprecio, el ultraje, el despojo, cerrándoles las puertas del albergue a María y a José para cobijarse del frio y nacer entre animales en la alegría y el amor de la Sagrada Familia de Nazaret.
EL Señor arropado con nuestros pecados, irrumpe en el mundo, como Luz, iluminando la vida hasta nuestra salvación por la Victoria de la Cruz.
Este misterio de Belén, en un tiempo de conflagración universal en el que vivimos y padecemos, es un desafío para volver a la Misericordia del perdón.
El Señor viene a regalarnos Su Paz, a un mundo que lo rechaza, y lo hace nacer a la intemperie, por el odio, las guerras, la envidia, la indiferencia, etc. por la falta de amor.
Que la Familia de Nazaret en este tiempo de la Misericordia nos ayude a vivir el perdón por el amor en la alegría y esperanza, como discípulos intercesores de un mundo que ignora a Dios.
¡Alabado sea Jesucristo!
E. M. M.