"Yo soy el que vive"Ap.1,18: 2014

ADORACION

MOVIMIENTO DIOCESANO DE ADORACION EUCARÍSTICA PERPETUA - SAENZ 572 - LOMAS DE ZAMORA


¡JESÚS TE ESPERA SIEMPRE!

¡DECÍDETE A VISITARLO!

TE INVITAMOS A LA COMUNIDAD DE ADORADORES

Capilla "María Reina de los Apóstoles"

Capilla "María Reina de los Apóstoles"
Capilla "María Reina de los Apóstoles"

sábado, 29 de noviembre de 2014

LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET EN EL CORAZÓN DEL ADORADOR

“Todas las familias de los pueblos se postrarán en Su Presencia” Sal. 22, 28



En el amanecer del nuevo Adviento, que es tiempo de conversión, renacimiento y esperanza, el Fiat -el Sí de María- al anuncio del Arcángel San Gabriel, engendra y prepara como tabernáculo, el Misterio de la Encarnación.
“Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”
Dios Padre dispone que, en esa renuncia y abandono de María -la Servidora fiel- que en la plenitud de los tiempos aparezca el Emmanuel -El Dios con nosotros- para salvar al género humano.
En estos, los últimos tiempos, la familia ha sido atrapada por el relativismo y el hedonismo.
Sumergida en un recalcitrante individualismo de sus miembros, la precipitan en el vacío, la angustia y la soledad.
Necesitamos volver a la Verdad, a Cristo mismo, a la Persona Viva de Cristo, no, a una idea.
Volver al Camino, Verdad y Vida que nos conducen a la liberación de la persona en su dignidad de hijo de Dios.
El Amor del Padre que se revela en Su Hijo, viene a nuestra vida y se encarna, para sanar los corazones heridos por el pecado y volverlos a encender con Su Luz, en la fe, esperanza y amor.
Para qué, nuestra vida se impregne de la Palabra y florezca, por la gracia, en los testimonios.
Que la familia sepa discernir, desde la mirada de Jesús, los acontecimientos y sucesos de la vida, asumiéndolos, con aceptación y humildad, en el respeto y amor.
Que se sienta acompañada por la Iglesia, que es Madre y Maestra, abierta a todos en el amor, promoviendo una cultura del encuentro.
En el corazón del adorador germina por la gracia el Amor de Jesús, María y José.
A través del servicio silencioso de intercesión, fruto de la oración y la contemplación al Cristo Vivo, que podamos trasmitir en los testimonios cotidianos, el verdadero Amor de Dios a los hermanos, sin imposiciones, ni dogmatismos.

ORACIÓN
Eterno Padre
Que revelaste Tu Amor en Tu Hijo Jesús
nacido de María Santísima por el Espíritu Santo
Que en este nuevo Adviento hagas germinar tu Amor
en nuestro corazón, fruto de la conversión permanente,
para renacer a una vida nueva en el servicio a nuestros
hermanos que no conocen Tu amor.
Que sepamos por tu Gracia atraerlos a través de los testimonios cotidianos sin imposiciones ni dogmatismos.
Con la esperanza de un nuevo amanecer en la vida de todos
En la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret
Jesús, María y José. Amén



PAZ Y BIEN

¡ALABADO SEA JESUCRISTO!

E. M. M.

sábado, 27 de septiembre de 2014

El adorador se acerca al Fuego del Amor para encender y sanar el corazón

“Sáname y quedaré sano, sálvame y estaré a salvo,
porque Tú eres mi alabanza” -Jer. 17, 14-


En este tiempo de tribulación y esperanza, esta es una recurrente pero encendida invitación a promover a la luz de la Palabra, una permanente, serena, pero honesta vigilancia del propio corazón.
“Señor Tu me sondeas y me conoces…
…todos mis pasos te son familiares…” -Sal. 138-
Sabemos que en el corazón se enquista la necedad, el rencor, la envidia, los celos, la infidelidad, el egoísmo, la soberbia, etc., como también habita, el amor, la misericordia, la paciencia, la humildad, etc.
Entonces, nos proponemos, como centinelas, vigilar el corazón, precisamente en la manifestación cotidiana de nuestros actos.
Apoyados en la oración y con la ayuda de la gracia, no descuidaremos al amor, para que el amor de Dios se refleje en nosotros, y los hermanos reciban ese mismo amor.
El adorador se acerca al Santísimo Sacramento -Fuente Inagotable de Gracia- para adorar, alabar, reparar y dar gracias, buscando saciar la sed y el hambre.
Dice el Señor: “El que viene a Mí, jamás tendrá hambre.
                            El que cree en Mí jamás tendrá sed” -Jn. 6, 35-
Por Su Amor Misericordioso fuimos llamados a ser servidores de Su Iglesia e intercesores de los hermanos.
Como lo señalaba San Juan Pablo II: “El adorador delante del Santísimo intercede silenciosamente por la oración, para transformar la humanidad”
Será necesario, entonces, disponernos en el silencio de la contemplación, con una escucha atenta a la voz del Señor, acallar los ruidos interiores del corazón, que obstaculizan un íntimo y sincero encuentro con El.
El Señor espera que dispuestos, abramos el corazón para dejarnos sanar, purificar y educar por su mismo Espíritu en el amor, configurados en los sentimientos de Jesús.
San Pablo nos exhorta: “Tengan ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” -Flp. 2, 5-
No podemos amar sin tener la experiencia del amor, sin conocer el Amor de Dios, sin tener la plena certeza de sentirnos amados por Él, para poder amar.
“El amor es la plenitud de la ley” -Rm. 13, 10-
Nos damos cuenta cuando en nuestra vida, aparecen sentimientos que, desde lo más profundo del corazón, se reflejan en las propias actitudes y comportamientos, provocando un acercamiento o alejamiento de los hermanos.
“Pidamos al Señor que nos haga entender la ley del amor.
¡Qué bueno es tener esta ley! ¡Cuánto bien nos hace amarnos los unos a los otros! ¡en contra de todo! ¡Sí, en contra de todo! ¡No nos cansemos de hacer el bien! (gal. 6, 9)” -Evangelii Gaudium 101-
El desafío perseverante es abrazar la realidad con amor -a pesar de todo-
Descubrir a través de la conversión permanente el tesoro del amor de Dios. Ser testigos encarnados de ese mismo amor, para acompañar a los hermanos sufrientes, arraigados en la fe, abandonados en la esperanza y purificados en el amor.
La adoración Eucarística no es una huída de la realidad, sino el centro de la vida de la Iglesia que es Cristo Eucaristía, fuente y culmen, Ayer, Hoy y Siempre, comienzo y fin de todo llamado y misión para la evangelización.
Pidamos a María la Madre del Amor Sacratísimo de Jesús, que nos enseñe a ser testigos fieles del Amor, a través de una vigilancia permanente y sincera de nuestro corazón, para poder amar.



¡Alabado sea Jesucristo!

E. M. M.

sábado, 2 de agosto de 2014

EL CORAZÓN DEL PUBLICANO, CLAVE PARA EL ENCUENTRO CON JESÚS

“¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!” -Lc. 18, 13-



El camino para celebrar el encuentro con Jesús Sacramentado es una invitación a revisar la propia vida a la luz del Evangelio, mirándonos en el espejo del Publicano, para que nos abandonemos y nos abramos al amor misericordioso de Dios.
La conversión permanente nos aproxima al Amor del Padre, en Jesucristo Su Hijo, por el Espíritu Santo que nos infunde la gracia como don gratuito.
El cristiano cautivado por el Amor de Dios, en esa ternura, se abre a Su Voluntad, con un corazón dolido y arrepentido, semejante al corazón del publicano.
El Papa Francisco nos exhorta: “¡Nos hace falta clamar cada día, pedir Su gracia, para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial!” -Evangelii Gaudium 264-
Muchas veces, nuestra complacencia en las propias actitudes: indiferencia e infidelidad, nos vuelve tibios, por lo tanto, así, el Amor de Dios, lo dejamos escurrir como arena entre los dedos.
El amor de Dios se manifiesta en un corazón abandonado y pequeño.
“Que dulce es estar frente a un crucifijo o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante Sus ojos”
“¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar Su vida nueva!” -Evangelii Gaudium 264-
La gracia atraviesa la insignificancia de nuestra pobreza, en un corazón arrepentido.
La falsa humildad, es el engaño que aparece en el orgullo disfrazado, como en el corazón del fariseo: “Dios mío, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano” -Lc. 18, 11-
La verdadera humildad, don del Espíritu Santo, nace en el amor y es ahí donde nos podemos relacionar con el Señor, y, a través de los testimonios, con nuestros hermanos, como imagen viva de Cristo.
La humildad y la confianza abandonada, devienen de un corazón compungido y arrepentido.
En esa conciencia y reconocimiento de sentirnos pecadores, nos reflejamos en el corazón del Publicano.
La misericordia, es la manifestación del Amor de Dios en cada uno de nosotros.
No podemos encontrarnos con el Señor si nuestro corazón todavía no traspuso el umbral del amor propio, somos cristianos disfrazados, fariseos, lejos del Amor de Dios.
Nuestros esfuerzos, que parecieran alcanzar todo, no sirven para relacionarnos con El Señor, deben morir, para permitir que penetre la gracia, porque El se manifiesta en la debilidad. “Te basta Mi gracia porque Mi poder triunfa en la debilidad” -2 Cor. 12, 19-
Pidamos a la Santísima Virgen María, la Humilde Servidora abandonada en El Señor, que nuestra vida y la vida de la Iglesia se nutran siempre del Amor Eucarístico de Jesús y en los sentimientos y obrar del corazón del Publicano, para Gloria de Dios Padre. Amén


¡Alabado sea Jesucristo!

E. M. M.

sábado, 7 de junio de 2014

DE LA OMNIPOTENCIA A LA LIBERTAD VERDADERA

“Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” -2Cor 3, 17-



Confundidos, pero empecinados, en una libertad que se agota en los propios caprichos, esta generación, se ufana, se gloría de su omnipotencia, en un mundo que ignora a Dios, lejos de construir la paz tan anhelada.
“Les dejo la Paz les doy Mi Paz, no como la da el mundo” dice El Señor -Jn. 14, 27-
Por lo tanto, la persona, se encuentra sometida, esclavizada, por su misma vanidad e indiferencia, que la precipitan en el vacío y la soledad, ansiando una libertad que no logra alcanzar.
Nos hemos acostumbrado, también, a vivir en un estado de violencia desatada, recurrente e incorporada irracionalmente a nuestra cotidianeidad, con gestos y actitudes que revelan lo más primitivo de los instintos.
Nos enfrentamos, en cada momento, agresivamente con nuestros hermanos, contaminando la convivencia, saboteando la tolerancia, frustrando la paz.
Sabemos que la paz, como la guerra, se gesta y enciende en el corazón de cada uno de nosotros -a pesar de la complejidad de las situaciones-.
Comenzamos a construir la paz, invocando al Espíritu Santo, para que interceda por nuestra debilidad -con gemidos inefables- porque no sabemos orar, como es debido -Rom. 8, 26-.
Para que sane y renueve los corazones, extirpando la carcoma de la violencia, con el fuego del Amor.
Para que nos ayude a despertar a una vida nueva, comprometida para la paz, la unidad y la solidaridad, frutos del amor.
“Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”
Nosotros, seguidores de Cristo, muchas veces, mimetizados, camuflados en la mundanidad -al decir del Papa Francisco- nos comportamos silenciando nuestra filiación Divina, que es don del Espíritu Santo, precisamente, cuando aparecen los propios anti testimonios: la soberbia, la indiferencia, la falta de amor, etc.
“El amor de Dios ha sido derramado en los corazones por El Espíritu Santo que nos ha sido dado” dice San Pablo en -Rom. 5, 5-.
Es El Espíritu Santo el Verdadero Protagonista de nuestra renovación espiritual, porque nos hace conocer y recordar lo que Cristo nos enseñó, para poder amar.
Que El Espíritu Santo en este nuevo Pentecostés, con sus dones, nos aliente y ayude a derribar los muros del egoísmo e individualismo.
Nos auxilie por la gracia del perdón y a través del poder de la oración, a quitar la cizaña que ha crecido en el corazón por el pecado, para que nos encontremos aún en la diversidad.
Unidos a Cristo, por su Mismo Espíritu, revestidos de personas nuevas, dejamos atrás los rencores, las envidias, los celos, para promover una cultura del encuentro, donde se revela la verdadera libertad de los hijos de Dios y la paz, por la alegría de la Resurrección.
Renovados los corazones, por la efusión del Espíritu Santo, en este Pentecostés, y encendidos por El Amor en la claridad de la Luz de Cristo Eucaristía, los adoradores serviremos por la oración y la contemplación, a la Iglesia misionera, como Maestra de la evangelización para la conversión de la humanidad.
Que María Santísima, Madre del Príncipe de la Paz, nos enseñe el camino del encuentro, por la conversión de los corazones, para construir un nuevo mundo más fraterno en Cristo Jesús.



¡Alabado sea Jesucristo!

E. M. M.

domingo, 20 de abril de 2014

LA FIESTA DE LA VIDA

“Por la Resurrección de Jesucristo, nos hizo renacer a una esperanza viva” -Ped. 1, 3-



Encarnar los dolores y sufrimientos cotidianos, ofreciéndolos, es tener conciencia de la cruz que cargamos.
Muchas veces renegamos y otras tantas la rechazamos, porque nos resulta demasiado insoportable el peso, según nuestra debilidad.
Nos cuesta comprender y configurar en nuestro corazón, si no es por la gracia, que no hay cristiano sin cruz.
“El discípulo no es más que El Maestro” -Mt. 10, 24-
En este proceso de la cruz, a lo largo de esta Cuaresma renovada, los adoradores hemos intentado preparar el corazón, con el auxilio del Espíritu Santo, para vivir la alegría, el gozo de la Resurrección -El triunfo de la vida por El Amor - Cristo es nuestra Pascua-
Es haber sufrido en carne propia, el desapego de todo aquello que nos ata a nuestros caprichos, a nuestras posesiones, a nuestros tesoros, para morir a todo esto y resucitar a una vida nueva.
“Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere da mucho fruto” -Jn. 12, 24-
Si este itinerario espiritual enriquecido por la gracia, fue vivido con auténtica honestidad de fieles discípulos, servidores, reflejado en los testimonios, se revela que hemos atravesado por un tiempo fecundo, impregnando a nuestro caminar, del perfume de Cristo.
La alegría de la Resurrección es fruto de la gratuidad del Amor del Padre, que por la Oblación Pura de Su Hijo Jesucristo El Señor, Muerto y Resucitado, nos libera de la muerte y el pecado, infundiéndonos por su Mismo Espíritu la vida nueva.
Anunciar la alegría de la Resurrección es vivir como María Magdalena la tristeza de encontrar la tumba vacía, pero inmediatamente, se convierte en gozo al escuchar la voz del Señor que la llama por su nombre y es portadora en la primicia de la Resurrección.
Esa tumba vacía simboliza el propio corazón, que por la angustia, la desesperanza y la soledad, busca desesperadamente al Señor.
Entramos así, en el frio de la noche, porque hemos dejado enfriar el amor, debilitado la fe, por lo tanto se evapora la esperanza.
Pero Jesús siempre nos sale al encuentro y nos llama.
Como acostumbra decir el Papa Francisco, Jesús nos primerea, nos acompaña, aunque nos parezca que caminamos solos.
Hasta darnos cuenta que nuestro corazón comienza a palpitar, arder, nuevamente, porque lo reconocemos en las pequeñas cosas de la vida, en las personas, en el abrazo fraterno, en la palabra que ayuda y acompaña, en el silencio que escucha y asiste con paciencia.
Así como los discípulos de Emaús lo reconocieron al partir el Pan, también nosotros lo reconoceremos en la Palabra, que nos Habla a cada uno en particular y nos alimenta con Su Cuerpo y Sangre de Su Divinidad en cada Eucaristía.
Nuestro corazón se llena de gozo y esperanza cuando le decimos a Jesús, quédate siempre con nosotros porque llega la noche y se acaba el día de nuestra vida.
Vivamos La Fiesta de la Vida para anunciarla a todos, los que están cerca, como los que están lejos, porque Cristo ha resucitado.
Ha convertido el madero de la Cruz en el Árbol de la Vida para la salvación de las almas, preparando el camino a la Gloria del reino eterno.
Que María santísima Madre de la Resurrección y la Vida, Consuelo de los afligidos y Esperanza de los pecadores, nos eduque a través de nuestra fragilidad en el Amor de Su Hijo.
Entreguémonos fielmente al servicio silencioso como adoradores-intercesores de la Iglesia de Cristo y la transformación del mundo entero por la oración, para Gloria de Dios Padre. Amen



¡Alabado sea Jesucristo!

Feliz Pascua de Resurrección

miércoles, 5 de marzo de 2014

El Señor abraza nuestra pobreza con Su Riqueza Liberadora

“La insondable Riqueza de Cristo” -Ef. 3, 8-



“La Pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho, que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios” (Papa Francisco)

El despertar a una nueva conciencia y por lo tanto a una vivencia encarnada en la alegría del Evangelio, nos hace reflexionar y sacudir el polvo de un cristianismo atrincherado en sí mismo.
Esto se manifiesta en el cumplimiento de normas y mandatos que lejos están de un corazón misericordioso, donde el hermano que sufre se siente desamparado, en la intemperie de la vida, de su circunstancia, solo, sin ayuda, sin asistencia, sin acompañamiento.
Peregrinar por esta Cuaresma, tiempo de gracia, tiempo de conversión y penitencia, es donde se presenta la bienaventurada e insoslayable oportunidad para ofrecer y purificar nuestras miserias y pecados.
Nos proponemos vivir con un oído atento, abierto a la escucha de la Palabra y otro en la realidad que nos interpela y compromete, para cargar y ofrecer la cruz de cada día, unidos a la Pasión Salvadora y Redentora de Nuestro Señor Jesucristo.
Las heridas de Cristo que tocamos en el hermano, se nos presentan en cada momento.
Algunas, en el lugar menos pensado, otras, próximas, más conocidas, pero muchas veces descuidadas, olvidadas o abandonadas.
Para poder asistir las heridas abiertas del hermano con entrañas de misericordia, ofrecemos el bálsamo, el aceite nuevo, refrescante, acogedor de nuestra cercanía, de nuestra paciencia, de nuestro tiempo, de nuestro amor.
Si no salimos de viejos esquemas, de rutinas vacías, sin la coherencia de vida impregnada en el Evangelio, no estaremos disponibles para una renovada y auténtica relación con Cristo y los hermanos.
Es una invitación a despojarnos de lo que más nos cuesta -hasta que duela- como respondía la Beata Teresa de Calcuta.
Pero esto, también trasciende lo puramente material y atraviesa todo nuestro ser, nuestras actitudes, comportamientos, que se revelan por el testimonio en la alegría, la esperanza y la misericordia.
El adorador en esta Cuaresma se abre a una dimensión reparadora, abrazando en el silencio y la contemplación a todos los hermanos por la oración, ofreciendo los dolores al Padre Celestial en La Persona Viva de Cristo Eucaristía.
Que María Santísima Madre de la Misericordia y la Esperanza, nos ayude a transitar por los caminos de la Cuaresma preparando nuestra conversión permanente para ser testigos del amor y renovados por el Espíritu Santo en un corazón de Samaritano.



¡Alabado sea Jesucristo!

E. M. M.

martes, 28 de enero de 2014

La alegría de volver al Evangelio

“Alégrense siempre en el Señor, vuelvo a insistir, alégrense” -Flp. 4, 4-



Los cristianos y una buena parte del mundo todavía, nos sentimos conmovidos, perplejos por los acontecimientos vividos, con un corazón palpitante, entre el asombro, la nostalgia y el acostumbramiento.
El Papa Francisco con su cercanía, pero la firmeza y contundente claridad de los testimonios, nos provoca misericordiosamente, para que cambiemos, revisemos la vida a partir de la alegría del Evangelio.
El nos invita a encarnar la Palabra en nuestra vida y salir del encierro, del ostracismo, para vivir la alegría del anuncio del Evangelio por el testimonio, como discípulos-misioneros.
“El Evangelio invita ante todo a responder al Dios Amante que nos salva, reconociéndonos en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos ”Evangelii Gaudium No. 39".
Volver a encarnar la alegría del Evangelio es fruto de configurar la vida en Cristo.
Con un corazón que a través de la conversión permanente y purificación, late en la misma frecuencia del Corazón de Jesús.
Nos damos cuenta porque, nuestro pensar, sentir y obrar, hunde la raíz en el amor, la humildad y la misericordia. Como lo confirma San Pablo: “No vivo yo, sino es Cristo que vive en mí” -Gal. 2, 20-.
El asombro es volver a la alegría del reencuentro personal con Jesús que nos salva.
Implica despertar, sacudirnos de una recurrente tibieza, de la acedia -la amargura de una tristeza que nos asecha, que nos impide reconocer el triunfo de Cristo en nuestra Vida-.
Muchas veces, teorizamos la fe, que solo se funda en la razón, no en el corazón, como don, como regalo, como gracia de sabernos hijos de un Padre Bondadoso, por el Bautismo de Su Hijo en el Espíritu Santo.
Volver a encarnar la alegría del Evangelio, nace también, de la osadía de atrevernos a romper las ataduras de los acostumbramientos, que supimos conseguir a lo largo de la vida. El círculo vicioso de las recurrencias, repeticiones, de hacer lo mismo, ayer, hoy y mañana.
Nosotros como adoradores-servidores de la Iglesia de Cristo, nos preguntamos: Si en la intimidad con Jesús Sacramentado, muchas veces nos negamos a entrar en el recinto sagrado del propio corazón, como si el Señor no nos conociera, para que en el silencio de la contemplación, lo escuchemos, con un oído atento y nos abramos a Su Voluntad, diciendo: Aquí estoy, Señor.
En El somos alentados, para que sin  miedos, penetremos en el corazón, con la ayuda de la gracia y nos animemos a desbaratar la confusión y el engaño, que se manifiesta, en la incoherencia, entre lo que decimos y hacemos, entre lo que profesamos y nuestros testimonios.
El seguimiento de Cristo, nos hace tomar conciencia de nuestros pecados, pero, con un Padre Misericordioso dispuesto a perdonar siempre, a través del Sacramento de la Reconciliación.
Solemos vivir en la nostalgia de otros tiempos, enceguecidos por la circunstancia, perdemos la dimensión de la misión aquí y ahora.
El Señor nos invita a tomar este desafío, para que la vida llene de sentido el llamado, como fuente de salvación.
El nos hace despertar, para que, en la libertad de los hijos de Dios, nos demos cuenta, de los signos de los tiempos y aceptemos la cruz de cada día, para nuestra santificación, la de nuestra familia, del Pueblo de Dios y para todos los que no conocen el amor de Dios.
Que María Santísima nos eduque en la alegría del Evangelio que nace del encuentro personal con Su Hijo Jesús y florece en el anuncio de la salvación para todos.



¡Alabado sea Jesucristo!

E. M. M.