"Yo soy el que vive"Ap.1,18: 2013

ADORACION

MOVIMIENTO DIOCESANO DE ADORACION EUCARÍSTICA PERPETUA - SAENZ 572 - LOMAS DE ZAMORA


¡JESÚS TE ESPERA SIEMPRE!

¡DECÍDETE A VISITARLO!

TE INVITAMOS A LA COMUNIDAD DE ADORADORES

Capilla "María Reina de los Apóstoles"

Capilla "María Reina de los Apóstoles"
Capilla "María Reina de los Apóstoles"

domingo, 1 de diciembre de 2013

El Amor se hace vida en María

“Hemos venido a Adorarlo” Mt. 2, 2


¿Cómo referirnos al Amor y la Ternura del Padre en estos quince años de intimidad con Jesús Sacramentado, nosotros indignos servidores-adoradores, y ser agradecidos?
Es a través de este camino espiritual que intentamos descubrir por la gracia, ese mismo Amor reflejado en la Presencia Viva del Hijo de Dios, nacido de María, desposada con un hombre justo de la estirpe de David llamado José.
María y José representan el modelo, la imagen viva de los primeros adoradores en el establo de Belén, y en esa pobreza luminosa, el gozo y la paz se abrazan en la esperanza. La Gloria de Dios se manifiesta en este misterio de la Encarnación, preludio de nuestra salvación.
¿Cómo darnos cuenta que, a través de ese Amor, somos transformados y trasfigurados en Él?
San Pablo nos recuerda: “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que Él llamó según Su designio…y los predestinó a reproducir la imagen de Su Hijo” -Rom. 8, 28-29-.
Entonces ¿cómo darnos cuenta de la centralidad de Cristo en nuestra vida?
Cuando ésta se encuentra cimentada en La Piedra Viva; lo que pensamos, decimos y obramos tiene su centro en Cristo, por lo tanto somos configurados en Él, y, es el Mismo Espíritu que nos enseña.
Este Tiempo de Adviento nos pone en movimiento, nos saca de la monotonía, del quietismo, como nos insiste el Papa Francisco: “a salir de la auto-referencialidad-de sí mismo, y ponernos en camino, para promover una cultura del encuentro”, preparando la Venida del Señor. Ayudando y acompañando al hermano con un corazón misericordioso, para que se anime a descubrir una vida nueva en Cristo, por la búsqueda de la verdad, la felicidad y el amor.
El Año de la Fe fue un tiempo propicio para redescubrir y reconocer la alegría de sabernos hijos por el Bautismo, ser luz para los hermanos por el testimonio, en una renovada relación con Cristo.
Vivimos en tensión permanente en un mundo acosados por una globalización vorazmente tendenciosa, que alienta el pensamiento único, seducidos por el relativismo. Muchas veces nosotros, que nos decimos de Cristo, adoptamos una moral -que juega a dos puntas- según la propia conveniencia.
Esta espera del Señor exige de nosotros una mayor vigilancia fundada en la oración del corazón, iluminada por la Palabra, alimentados en la mesa de la Eucaristía y perdonados en el Sacramento de la reconciliación, a través de las obras de misericordia.
Como nos advierte San Pablo: “Con las obras de los hijos de la Luz” -Rom 13, 12- “Para qué sean irreprochables en el día de la venida del Señor” Cor. 1, 8.
La Santísima Virgen María -Estrella de la Mañana- y su esposo San José, que nos muestran siempre el camino seguro para llegar a Jesús, nos protejan en nuestra consagración al Amor Eucarístico, firmes en la fe, esperando contra toda esperanza y amando hasta dar la vida.


¡Alabado sea Jesucristo!

E.M.M.

viernes, 25 de octubre de 2013

La misericordia se descubre por el amor en los pequeños gestos

“Nosotros somos la fragancia de Cristo al servicio de Dios”  -2 Cor. 2, 15-



Desde la mirada y la contemplación de la Persona Viva de Cristo, nos disponemos en el silencio y por la oración, al misterio insondable de Su amor.
Es a través de la humildad y la docilidad fruto de la gracia, que intentamos abrirnos a la misericordia.
Es el Espíritu del Señor, que sana y convierte los corazones, El que nos ayuda a vivir la misericordia configurada en el propio sentir, pensar y actuar con el hermano.
No podemos comprender lo que le pasa al “otro” si no somos misericordiosos, porque no penetramos en su dolor, en su sufrimiento, para acompañarlo y darle respuesta -sin demoras- a su reclamo.
Pasamos de largo como el levita, el sacerdote, no somos buenos samaritanos.
Para poder sentir esa cercanía misericordiosa, dice el Papa Francisco, debemos abrir el corazón para: “besar las llagas de Cristo en el hermano”.
Si no somos misericordiosos no reconocemos a Cristo en el Hermano.
Para ello necesitamos morir al egoísmo e individualismo, enemigos del amor y el perdón, para vivir la misericordia de Dios.
No tenemos que ir muy lejos para vivir la misericordia. Tampoco se necesitan actos heroicos, pues las personas y los acontecimientos propios de la vida se interponen, se cruzan en el camino cotidiano con cada uno nosotros y nos interpelan en lo más profundo del ser.
Es la realidad incómoda de muchos hogares, con sus respectivas problemáticas -cruces- a veces dramáticas, pero es ahí donde se prueba el amor y la misericordia, que se manifiestan en las propias actitudes: gestos, tolerancia, comprensión, paciencia, amor,…
San Juan Crisóstomo nos ilumina con sus enseñanzas para que reflexionemos: “No esperes a que el otro te ame, sino adelántate tú y empieza”.
La soberbia, el rencor, la difamación, el juzgar, resultan verdaderos obstáculos en el camino del amor para perdonar misericordiosamente.
Muchas veces nos engañamos cuando salimos de nuestros hogares, y esto se convierte en huída, que a menudo utilizamos para acallar la conciencia -la voz del Señor-.
Enfrentar los problemas con misericordia, no significa conocer las respuestas para solucionarlos, sino, comenzar por preguntarse, desde la fe, esperanza y la caridad: ¿Qué cambios concretos en mí vida necesito realizar, para obrar con misericordia? Quizá la tolerancia, la escucha, el diálogo, la cercanía, el silencio, el abrazo, la sonrisa,…
El ejercicio que nos ayuda a darnos cuenta cómo enfrentar los problemas -cargar la cruz de todos los días- es ver si nuestras actitudes se encuentran impregnadas de misericordia, porque los enfrentamos desde la mirada, sentimientos y obrar de Cristo por el amor.
Sembrar el amor en los pequeños gestos, es descubrir el camino de la misericordia de Dios, como Fuente inagotable de amor Misericordioso.
Que María Santísima Madre y Maestra de la Misericordia, nos enseñe amar por la Ternura del Padre reflejada en Su Hijo Jesús.



¡Alabado sea Jesucristo!

E.M.M.

domingo, 1 de septiembre de 2013

A imagen del Dios Vivo, transformados por Su presencia

“Reflejamos la Gloria del Señor y somos transfigurados en Su propia Imagen” -2co. 3, 18-



Desconcertados, vivimos en el asombro de los acontecimientos de la vida que nos angustian y agobian, a menudo, por causa de una fe debilitada o por falta de fe.
No somos abandonados por el Señor de la Historia, aunque muchas veces pareciera, estar lejos de nosotros.
Surge, entonces, la luz de Cristo, la luz de la Fe, la luz del Amor, que ilumina toda nuestra historia personal, como también, de la humanidad y el cosmos, en camino a la Jerusalén Celestial.
El Papa Francisco en la Encíclica Lumen Fidei señala: “La fe nace del encuentro con el Dios Vivo, que nos llama y nos revela Su Amor, un Amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida”.
A la Luz de la fe y en camino a la Nueva Evangelización, peregrinamos.
Transformados y alimentados por el Amor del Cristo vivo -en estos quince años de Adoración Eucarística- reflejamos Su Imagen por el testimonio, a través de los gestos, cercanía y amor a los hermanos.
Este es un tiempo de gracia, tiempo de reflexión y discernimiento.
Es una invitación y a la vez un desafío, para revisar la vida de discípulos, desde el llamado a la misión, en el carisma de adoradores-intercesores.
Alentados por el Espíritu de Amor, nos animamos a entrar detenida y valientemente en el propio corazón.
Para ello, será necesario respetar una dinámica sincera, profunda y reveladora, para que iluminados por el Espíritu Santo, podamos comprender y responder a estos tres momentos fundamentales en la vida del adorador: 1-La Llamada. 2-El encuentro. 3-El servicio.
1-La llamada, provoca desconcierto, se gesta en la intimidad de un encuentro con uno mismo y el Señor. (Recordemos el desconcierto de María en la Anunciación-Modelo del Discípulo entregado y abandonado en el Señor).
Sin entender nada, el Señor nos llama.
Somos corazones que se encuentran  plagados de contradicciones, luchas existenciales, enfermedades y pecados. En la inconsciencia de no comprender Su cercanía, y aunque no lo percibamos, somos penetrados por Su Amor.
Ese desconcierto asumido como tal, resulta ser un gran momento, para el perdón, la oración y la conversión.
Por la gracia nos abrimos a un tiempo nuevo para intentar hacer la Voluntad de Dios.
Todavía no nos damos cuenta de la envergadura y dimensión del llamado.
El Señor nos recuerda: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino Yo el que los elegí a ustedes” -Jn. 15, 16-
No fuimos llamados por nuestros méritos, sino, para comprometernos en la viña del Señor, a una misión trascendente.
2-El encuentro. Por el silencio y la contemplación nos encaminamos a una profunda y humilde intimidad con el Señor en la actitud del discípulo: “Aquí estoy Señor, para hacer Tu Voluntad” -Sal. 39-
El Señor nos ama tal cual somos, y espera paciente y misericordiosamente, el tiempo de cada uno.
Por la intercesión del Espíritu Santo, disponemos el corazón para la escucha, a través de la oración y conversión permanente. “Habla Señor, que tu siervo escucha” -1Sa. 3, 10-
Somos iluminados por la Palabra -Lectio Divina- en el auxilio del Sacramento de la Reconciliación y alimentados por la Eucaristía.
Ofrezcamos la vida, purificada en la cruz cotidiana, asociándola a la Pasión Redentora de Cristo, para la salvación de las almas.
3-El servicio. Fuimos llamados para ser servidores-intercesores de la Iglesia de Cristo.
En la Presencia Viva del Hijo de Dios ofrecemos al Padre, las necesidades de la Iglesia, el Papa, nuestro Obispo y el mundo, como fieles operarios de Su Viña.
Se nos encomendó un servicio silencioso y perseverante, para una humanidad alejada de Dios, acosada por el relativismo.
Pero también, la imperiosa necesidad de salir al encuentro de los hermanos, llevando al Cristo Vivo a los hogares.
Reflejemos la Imagen del Dios Vivo y Verdadero a través de nuestro testimonio, para acompañar, asistir con entrañas de misericordia a las periferias geográficas y existenciales.
Pidamos a María Santísima Madre del Hijo de Dios, para que, consagrados al Amor Eucarístico, nos enseñe a redescubrir en el llamado, la misión, y nos eduque para el servicio a Su Imagen, modelo del Discípulo.



¡Alabado sea Jesucristo!

E. M. M.

sábado, 13 de julio de 2013

Romper con los propios condicionamientos para seguir a Cristo en nuestros hermanos


                                               



 “Maestro, te seguiré a donde vayas”. Jesús le respondió “los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” Mt.8, 19-20

Vivimos deslumbrados y sacudidos por los acontecimientos reveladores que, en este tiempo de gracia, Dios Padre nos dona.
 Nos damos cuenta que este prolongado encierro y detenimiento del Pueblo de Dios-Iglesia y el recurrente abatimiento-desánimo,  por no caminar hacia los hermanos, provoca un alejamiento y desinterés.
Dejamos afuera, a la intemperie, en los peligros del mundo, del demonio y de nosotros mismos, aquellos necesitados, hambrientos, en todas sus circunstancias, de ser atendidos solidariamente.
Necesitamos salir sin demoras, sin prejuicios, con amor, con la  ternura del Padre, reflejado en nuestro testimonio de vida, por la cercanía, acompañamiento y servicio como el Samaritano.
En su primera homilía el Papa Francisco nos decía: “Tengan coraje -precisamente coraje-de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor, de edificar la Iglesia sobre la Sangre del Señor, que ha sido derramada sobre la Cruz y en confesar la única Gloria, Cristo Crucificado” y así la Iglesia irá adelante.
Salir a las periferias existenciales, es dejar el encierro, para que Cristo llegue a los hermanos que están fatigados, oprimidos, desencantados, sufrientes.
Cristo camina junto a todos, en este tiempo, como en todos los tiempos, para ayudarnos a salir de la angustia, el vacío y la soledad, sanando los corazones heridos, desesperanzados, maltratados.
Abrámonos, entonces, a los nuevos tiempos del Espíritu, para el renacimiento de una Iglesia abierta, misionera, renovada y transfigurada por el Amor.
Es la Adoración Eucarística –Fuente de Agua Viva- (donde abrevamos cotidianamente los adoradores) que, deberá penetrar y atravesar la vida de la Iglesia, impregnándola con la gracia del Cristo Vivo.
Bendiciendo con santidad y fecundidad a los sacerdotes, a las comunidades, a las instituciones, para ponernos en camino.
“Desde la contemplación de Jesucristo y la Adoración de Jesucristo, ayudemos a la Iglesia, a salir de sí misma hacia las periferias existenciales…” Papa Francisco.
Volver a centrar el eje de toda misión, con sus respectivos carismas, en la Presencia Viva, Real de Jesús Eucaristía, bajo el amparo y protección de la Santísima Virgen María, Madre y Maestra de la Nueva Evangelización, con su esposo San José.
El camino del seguimiento de Cristo, provoca siempre una ruptura a los propios condicionamientos debido a los hábitos y costumbres aprendidos en nuestra vida, que nos paralizan, y muchas veces, nos sirven como excusa, para no caminar.
“El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios” dice el Señor. Lc.9,62. 
Pidamos al Espíritu Santo el valor y la gracia de ser iluminados en la alegría de la Resurrección, y así, renovados en la mente y el corazón por la conversión, llevemos a Cristo a las periferias existenciales.
Que María Santísima nos enseñe el camino-para salir sin demoras-al encuentro de los hermanos, anunciando a  Cristo que nos invita desde la libertad a vivir una nueva vida.


¡Alabado sea Jesucristo!

Eduardo                                      
Julio/Agosto 2013.

domingo, 19 de mayo de 2013

El Fuego del Amor aviva la Iglesia de las Bienaventuranzas


“Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”-Hc. 2, 4-


En este nuevo amanecer de la Iglesia de Cristo, en camino a la Casa del Padre, el Espíritu del Señor, ayer, hoy y siempre, derrama en los corazones el Fuego del Amor, sus dones, al Pueblo de Dios, anunciando un luminoso Pentecostés.
Nos sentimos interpelados amorosamente desde lo profundo del corazón, donde se modela, purifica y santifica, a través de la gracia y por obra del Espíritu Santo la vida del cristiano.
Desde la libertad de los hijos de Dios, somos llamados a la misión en el carisma de adoradores-intercesores, para servir, en este tiempo de gozo, esperanza y renovación, iluminados por el mismo Espíritu.
En una iglesia que con el Fuego del Amor aviva las Bienaventuranzas, vivir como hijos de la Luz, es despojarnos de la persona vieja, en el desprendimiento de todo aquello que nos ata y no nos deja libres para el Señor.
Recordemos la Parábola del Joven rico. Dice el Joven: “todos los mandamientos los he cumplido”. ¿Qué me queda por hacer? Dice el Señor: “Si quieres ser perfecto vende todo lo que tienes y dalo a los pobres”…al oír estas palabras el Joven rico se retiró entristecido.-Mt. 19, 16-22-
Esta Parábola refleja también la propia vida, nos hace revisar y cuestionar si,  nuestro seguimiento a Jesús es  auténtico, o quizá, tenemos una idea vana de Él.
Nos enfrenta, no solamente con nuestra avaricia-acaparamiento de lo material-sino, con un corazón rico en vanidad, soberbia, egoísmo, despojado de humildad y misericordia, creídos que por cumplir los Mandamientos -como el Joven rico- somos merecedores del Reino.
El Señor nos enseña el camino del verdadero seguimiento, a través del crecimiento en el amor, la disponibilidad y el desprendimiento, para arribar al final de los días terrenos, donde  seremos observados en el amor.
En una Iglesia que, con el Fuego del Amor aviva las Bienaventuranzas, somos atravesados por las enseñanzas del Maestro en el Sermón de la Montaña, dejándonos  configurar en nuestro corazón, el auténtico seguimiento de Jesús -Mt. 5, 1-12- “Bienaventurados los pobres de espíritu porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos”
Son aquellos que con la audacia que le infunde el Espíritu del Señor, se disponen con la oración abandonada y el desprendimiento, a abrir el corazón sin reticencias, sin condicionamientos a la Voluntad del Padre, para llenar con el vino nuevo los corazones nuevos -la persona nueva- Mt. 9, 16-22-.
“Bienaventurados los mansos y humildes de corazón, porque recibirán la tierra en herencia”
Vivimos la cruda realidad de una sociedad violenta, de alta convulsión, el camino es la mansedumbre y la humildad, para construir puentes de reconciliación y diálogo, con la fortaleza de los humildes de corazón, y así, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva -2 Ped. 3, 13-.
“Bienaventurados los que lloran porque  ellos serán consolados”
Sentirse consolado es hacer la Voluntad del Padre en la Paz de Cristo.
Es aceptar y ofrecer la propia realidad -enfermedad, pérdidas, agobio, soledad, etc.- asociarla  a los Dolores de la Pasión de Nuestro Señor, con un fuerte valor de redención y purificación, no solo para nosotros, sino, para todos aquellos que lo necesitan.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”
En una Iglesia que aviva con el fuego del Amor las Bienaventuranzas, se ilumina por los gestos y los testimonios de los que conformamos el Cuerpo Místico.
Una nueva consciencia social se arraiga en el amor a los hermanos, ayudando y acompañando a aquellos que de una manera u otra, se encuentran sojuzgados por la injusticia de los poderosos, o de cualquier otro signo. Como también, nuestra indiferencia, que muchas veces mira de costado, sin tomar compromiso alguno, provoca un anti-testimonio.
“Bienaventurado los misericordiosos, porque obtendrán misericordia”
Solemos utilizar-administrar la propia justicia y nos olvidamos de la misericordia.
Nuestros juicios se encuentran viciados de verdades relativas,  imponiéndolos como justos, sin tener en cuenta las necesidades, padecimientos y miserias del hermano.
Muchas veces nos engañamos, cuando seguimos solamente el camino de los sacrificios, pero, dejamos la misericordia a un lado.
 “Yo quiero misericordia y no sacrificios” Dice El Señor -Mt. 9, 13-.
El condolerse por el hermano es tener entrañas de Samaritano, se funda en el amor que Cristo nos enseña: mirar con ojos misericordiosos, sentir con un corazón misericordioso, servir-ayudar-acompañar con misericordia.
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios”
Dice San Juan: “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” -1 Jn. 4, 7-.
El que ama se hace más consciente por la gracia de los propios pecados, vive reparando con la oración, luchando permanentemente en la prueba, con la eficacia de los sacramentos, para que no se enquiste en el corazón: la envidia, la lujuria, la ira, la difamación, etc.
Los corazones purificados por la gracia, viven desde la mirada de Jesús, para progresar en el amor y la pureza del corazón.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”
Es la persona que haciendo la Voluntad del Padre, con un corazón heroico y bien dispuesto, aunque se encuentre con fuertes contradicciones, se esfuerza por construir el diálogo, la paz, la unidad y la reconciliación entre los hermanos, como un servidor fiel en el amor.
El Señor nos enseña: “No te dejes vencer por el mal, por el contrario vence el mal con el bien” -Rom. 12, 21-
“Bienaventurados los que sufren persecuciones por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el reino de los cielos”
Son aquellos que muerden el polvo de la injusticia, por practicar la justicia, comprometiéndose con los hermanos, aún a costa de la propia vida, ofrendándola, asociándola a los Padecimientos de la Cruz de Cristo, para el triunfo de la justicia por el amor. San Pablo nos confronta: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las persecuciones, el miedo, el hambre, la muerte, la desnudez, los peligros? -Rm. 8, 35-39-.
Pidamos a María Santísima, Madre, Esposa de la Iglesia, nos ayude a disponer  nuestro corazón, para las enseñanzas de Jesús en el Sermón de la montaña -las Bienaventuranzas- por el amor y la obra del Espíritu Santo, en esta fiesta de Pentecostés.

¡Alabado sea Jesucristo!

E. M. M.    

domingo, 31 de marzo de 2013

Un corazón Pascual late en el amor y la misericordia

“Si no tengo amor, no soy nada” -1 Cor. 13, 2-



En esta nueva primavera para la Iglesia y la humanidad toda, el Señor, rico en misericordia, porque nos ama, regala un signo de ese mismo amor en la persona del Papa Francisco, para enseñarnos como, con amor y misericordia, podemos reconocer a Cristo que camina a nuestro lado, ya que no nos damos cuenta.
Ese Cristo del hermano sufriente.
Ese Cristo del hermano que me incomoda.
Ese Cristo que, en el hermano me interpela como “cristiano”, me sitúa y revela en la dimensión del samaritano.
Estamos acostumbrados a pedir signos, a creer por la excepcionalidad de los acontecimientos: lo que vemos, oímos, tocamos y sentimos.
Somos incrédulos, y esa incredulidad demanda permanentemente signos, debido a nuestra debilitada y quebrantada fe, esperanza y amor.
Nos resistimos a buscar adentro nuestro. Jesús nos enseña: “El reino de Dios está adentro de ustedes” -Lc. 17, 21-
Entonces la alegría Pascual se desvanece porque no nos atrevemos a vivir la vida en Cristo.
“Son como cisternas agrietadas que no retienen el agua” -Oráculo del Señor- referido a la ingratitud del pueblo de Israel en tiempo del profeta Jeremías -Jer. 2, 13-.
Nosotros, en estos tiempos, también no retenemos esa agua Viva que es Cristo.
El nos la dona en Su Presencia Real para que la donemos, no la desperdiciemos, ni la desparramemos con nuestras actitudes de indiferencia, ingratitud e infidelidad.
Este soplo de aire fresco que el Espíritu Santo infunde a Su Iglesia y al mundo entero, a través del ministerio del querido Papa Francisco, en sus gestos de amor misericordioso, cercanía y humildad, nos sacude, despierta del letargo y la resaca de un tiempo viejo que anida en nuestro corazón, nos pone en camino y compromete.
Es el Espíritu del Señor que en estos, los últimos tiempos, nos viene a rescatar de nuestro cansancio y vacío espiritual, ayudándonos a resucitar.
Las heridas del corazón se van sanando con la misericordia y el amor, a través de la presencia, escucha, acompañamiento y desprendimiento.
Acoger al hermano es sufrir con él, llorar con él, celebrar con él, ahí, entonces, comenzamos a morir y a resucitar con Cristo y los hermanos.
-Un Corazón Pascual es un corazón redimido y conquistado por la sangre de Cristo.
-Un Corazón Pascual es un corazón iluminado con la luz de Cristo, y unidos a Él llevamos la luz a los hermanos.
-Un Corazón Pascual es un corazón que palpita la alegría de la Resurrección, y con esperanza se atreve a vivir la vida en Cristo.
-Un Corazón Pascual es un corazón humilde y misericordioso, se alimenta permanentemente con la Palabra y el Pan de la Eucaristía, en la vigilancia del Sacramento de la Reconciliación.
Roguemos a la Santísima Virgen María, Madre del Resucitado, para que nos eduque en el amor Misericordioso, configurados al Corazón de Jesús, Fruto de Su vientre, Hijo Amadísimo del Padre, por el Espíritu Santo.



ORACIÓN

Padre Compasivo
Que nos regalas por Tu Amor Misericordioso
un signo de ese mismo Amor en la persona del Papa Francisco,
en esta Nueva Pascua, para que podamos reconocer a Cristo
que camina a nuestro lado.
Te suplicamos que este Soplo de aire fresco que el Espíritu Santo infunde
a Su Iglesia y al mundo entero, nos despierte del letargo y nos comprometa.
Ayúdanos a no ser como cisternas agrietadas que no retienen el Agua Viva
que es Cristo.
Crea en nosotros un Corazón Pascual, un corazón humilde y misericordioso,
que vive y proclama la alegría de la Resurrección a los hermanos. Amén

¡Alabado sea Jesucristo!

¡Santa Pascua!

E. M. M.

miércoles, 13 de febrero de 2013

La conversión es la clave para transformar nuestra vida en la Vida de Cristo


“Cristo nos transformará según el modelo de su Cuerpo Glorioso” –Fl. 3, 21-



El gran desafío del cristiano de estos tiempos de fractura, seducción y vanidad, es replantearnos con honestidad la fidelidad, para vivir la vida en Cristo.
Necesitamos la misericordia y la gracia para ser purificados desde la libertad.
Abrazando la cruz en los momentos de desgarro, traumáticos, dolorosos, que se presentan en este camino por el desierto de nuestros días -terreno de prueba ineludible- ejercitamos la conversión y purificación permanentes.
Job nos advierte: “Dios hiere y sana” (5, 18), porque nos Ama Verdaderamente, nos quiere libres de condicionamientos, para que nuestra misión la haga El fecunda.
En este tiempo de reconciliación y penitencia, la Iglesia nos propone e invita a interpelarnos seriamente, revisando la propia vida de cristianos.
Para ello hay que abrirse, disponerse con humildad, paciencia, confianza y esperanza, pero con fe en Cristo que sabe como transfigurarnos.
“El que vive en Cristo, es una nueva creatura. Lo antiguo ha desaparecido un nuevo ser se ha hecho presente” -2 Cor. 5, 17-
Reconociéndonos pecadores nos animamos a perdonarnos y a perdonar con misericordia, corrigiendo actitudes y comportamientos, que nos alejan de la Fuente misma del Amor, provocando una ruptura con los hermanos.
Transitando por este camino de conversión permanente en el Año de la fe -Año de gracia- el Papa Benedicto nos invita a redescubrir y actualizar con alegría y ardor apostólico ese renovado encuentro con la Persona Viva de Cristo en nosotros.
Es en el Sacramento de la Reconciliación -Sacramento del Perdón frecuente- y el  alimento de la Palabra y la Eucaristía, cuando penetra el Amor a través del Espíritu Santo que habita y sana el corazón para recomenzar un nuevo tiempo.
Para transitar este camino de conversión permanente, será precisa  una respuesta audaz, enamorada y comprometida, con la Persona Viva de Cristo. “El cristiano es una persona conquistada por el Amor de Cristo y movida por este amor” (2 Cor. 5, 14), del mensaje del Papa Benedicto para la Cuaresma 2013.
Propongámonos crecer en el amor, en la entrega comprometida con el Señor y con nuestros hermanos, profundizando la oración y el servicio de intercesión, con los medios disponibles del ayuno, la penitencia y la limosna.
Con la mirada y el corazón puestos en la Santísima Virgen -Madre Dolorosa al pié de la Cruz- acompañémosla en las horas del Cristo Sufriente hasta la Resurrección, para que también nosotros resucitemos en Cristo especialmente  en los recurrentes pecados de egoísmo, soberbia, indiferencia y falta de amor.



                                                 ORACIÓN

                                                 Eterno Padre
                      Tanto nos amaste que entregaste a Tú Hijo Primogénito
                    Como Víctima Propiciatoria para la salvación de las almas.
                  Asístenos con Tú Espíritu, para que ayudados en este tiempo
                               De Cuaresma, podamos crecer en el amor.
       Atiende Padre Misericordioso nuestras súplicas para que acompañemos a la
        Santísima Virgen en las horas del Cristo Sufriente hasta la Resurrección,
                                     resucitando nosotros con El,
                a los recurrentes pecados de egoísmo, soberbia, indiferencia y
                                          Falta de amor. Amén



¡Alabado sea Jesucristo!

E. M. M.