En la alegría y esperanza de este tiempo de gracia, por AMOR, rico en Misericordia, que, por La Pasión, Muerte y Resurrección Del Hijo de Dios Nuestro Señor Jesucristo, somos salvados de la muerte y el pecado, para la vida eterna.
Se despierta en cada uno de nosotros un deseo de gratitud por la Gracia inmerecida, también, nos anima a profundizar ese camino de descubrir en el propio corazón: ¿Cómo a partir de esta Nueva Pascua nos disponemos a prestar atención y detenernos en lo que está pasando en el interior de nuestro ser, a La Luz de La Palabra y Las Escrituras?
Para ello utilizaremos la imagen del Pueblo Hebreo en Egipto, tiempo de esclavitud, hasta la salida a la tierra prometida, pasando por todas las vicisitudes del desierto.
Ese proceso de crecimiento espiritual, lo vivimos cada uno de nosotros en el desierto cotidiano, desde las propias esclavitudes por las que tenemos que luchar hasta el último día.
Para ello es bueno y favorable, no dejar pasar el tiempo de reconocer como principio de sanación interior, todo aquello que nos esclaviza: los gestos, actitudes, comportamientos que nos atan y nos detienen en ese proceso de liberación.
Este proceso con la ayuda de la Gracia no finaliza, sino que, si estamos dispuestos a seguir adelante, a perseverar en el descubrimiento de liberación día a día, será la razón de la propia Pascua de la alegría y esperanza que se establece en el propio corazón para servir y acompañar a los hermanos que no conocen el Amor de Dios.
Cristo Nuestra Pascua nos devuelve la vida en toda su magnitud para dar fruto en abundancia.
La Luz incandescente nos ayuda a transparentar el velo que nos permite ver con mejor claridad las esclavitudes que se encuentran enquistadas en el propio corazón.
Todos hemos recibido talentos para dar frutos, pero será la propia libertad que decida multiplicarlos o enterrarlos como el siervo malo y perezoso -leer Mt. 25,14,30-
No caigamos en la pereza de enterrar los talentos que gratuitamente hemos recibido y que al final del camino, a La Casa Del Padre, se nos pedirá cuenta.
Sabemos que caminamos a La Tierra Prometida, el abatimiento, el cansancio, los peligros en la marcha nos abruman, será arduo y difícil, pero El Señor no nos abandona.
Aunque parezca que estamos abandonados Él nunca se apartará de nosotros.
Cuando la alegría se instala en el corazón es una gracia y ahí nos damos cuenta de la propia resurrección a la vida nueva, como personas nuevas, Pascuales, engendradas en La Cruz y Resurrección de Cristo Jesús.
Que María Santísima Madre De La Resurrección y La Vida con Su Esposo San José nos acompañen en el camino del desierto cotidiano a descubrir los talentos recibidos para no enterrarlos.
¡ALABADO SEA JESUCRISTO!
¡FELIZ Y BENDECIDA PASCUA DE RESURRECCIÓN! AMEN
EDUARDO
