"Yo soy el que vive"Ap.1,18: El adorador bebe del manantial de las bienaventuranzas trabajando por la paz

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Capilla "María Reina de los Apóstoles"

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martes, 8 de mayo de 2012

El adorador bebe del manantial de las bienaventuranzas trabajando por la paz




En estos tiempos con demasiadas contrariedades e incomprensiones, la violencia aparece disfrazada, casi siempre agazapada, detrás de un razonamiento mezquino, egoísta e individualista.
Ignoramos la realidad del otro, sus vivencias, sentimientos profundos, proyectos, anhelos.
No respetamos la vida y dignidad.
Nos hemos acostumbrado a no dialogar, adquiriendo una insana destreza en el ejercicio cotidiano de un juego avasallador, diabólico, por el que imponemos, sin consensuar y mucho menos compartir.
Pronto perdemos la capacidad de saber escuchar, obstruyeno toda comunicación para comprender al hermano desde su libertad, en la dimensión divina de su ser.
Nos convertimos en franco tiradores de la insensatez, comenzando con los más próximos: la familia, amigos, vecinos, ámbito laboral, estudio, comunidad, parroquia.
Somos proclives a encender la mecha de la discordia, sin reparar el daño que ocasionamos, la caridad que traicionamos, es la apariencia de una fe que solo teorizamos, atreviéndonos a proclamar también, una esperanza que desconfiamos.
Muchas veces nuestras vidas se asemejan a la de los fariseos -Así también son ustedes dice el Señor “Por fuera parecen justos delante de los hombres, por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad” Mt. 23,28
Nuestro corazón se encuentra enfermo de orgullo, celos, envidia, lujuria, ira, pecado.
Nuestro corazón no palpita con y en el Corazón de Jesús, porque sigue los caprichos de la propia vanidad -no es un corazón manso y humilde-.
-Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles- dice el salmista -Sal. 126-
Son las Bienaventuranzas que nos confrontan con las enseñanzas de Jesús.
Es el Sermón de la Montaña que penetra con el verdadero sentido de las exigencias radicales en la vida del cristiano, sin acomodamientos espurios y connivencias a nuestras complicidades.
Es el llamado del Señor que nos invita a deshacer el entramado del egoísmo, tejido a lo largo de la vida.
El dispone siempre los medios sensibles y eficaces de la gracia -los Sacramentos- para renacer a una vida nueva.
Es el Señor de la Historia, el Cristo Vivo, el Dios hecho Hombre, el Cristo Eucaristía que se quedó con nosotros. El que nos compromete en esta misión como testigos de su Amor, para servir a la Iglesia en comunión con nuestro obispo y el Papa.
La voluntad de Dios se va concretando en la vida del cristiano a través del seguimiento de Jesús -Sean perfectos como es perfecto mi Padre que está en el cielo- Mt. 5, 48.
No hay otro camino que conduzca al Corazón de Jesús sin haber atravesado y purificado el propio corazón.
Lo que nos impide llegar a El es la terquedad, ceguera, engaño, las guerras que comienzan en el corazón y libramos: orgullo, intolerancia, violencia, difamación, etc.
La purificación acontece luego de una disponibilidad y entrega, para que el Espíritu del Señor obre, sanando las heridas abiertas por el pecado, a través de la gracia.
El perdón, la reconciliación, la humildad y el amor son virtudes fruto de la conversión permanente.
El ejercicio de la observancia diaria del corazón nos anima a revisar, la conducta, sentimientos, motivaciones que provienen de la profundidad sagrada del ser, participando de la Cruz de Cristo como constructores de la paz.
-Felices los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios-
El verdadero desafío para los que beben del Manantial del Amor y la Paz será mantener las lámparas encendidas del corazón, con la luz de Cristo, como las vírgenes prudentes -velando y orando- sirviendo a los hermanos, dando razón de nuestra esperanza para un mundo desesperanzado y violento.
Que María Santísima reina de la Paz nos acompañe en esta misión insoslayable, como instrumentos de Su Hijo, para tender puentes de reconciliación y paz a nuestros hermanos, sedientos de justicia, llenos de angustia y soledad.





ORACIÓN

Señor Jesucristo, luz verdadera que alumbras a todo hombre
y le muestras el camino de la Salvación.
Concédenos la abundancia de Tu gracia,
para que convertido el corazón nos atrevamos
gozosamente preparar delante de Ti
sendas de justicia y paz.
Tú que vives y reinas. Amén


¡Alabado sea Jesucristo!

Eduardo

E.M.M.

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