"Yo soy el que vive"Ap.1,18: El Fuego del Amor aviva la Iglesia de las Bienaventuranzas

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Capilla "María Reina de los Apóstoles"

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domingo, 19 de mayo de 2013

El Fuego del Amor aviva la Iglesia de las Bienaventuranzas


“Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”-Hc. 2, 4-


En este nuevo amanecer de la Iglesia de Cristo, en camino a la Casa del Padre, el Espíritu del Señor, ayer, hoy y siempre, derrama en los corazones el Fuego del Amor, sus dones, al Pueblo de Dios, anunciando un luminoso Pentecostés.
Nos sentimos interpelados amorosamente desde lo profundo del corazón, donde se modela, purifica y santifica, a través de la gracia y por obra del Espíritu Santo la vida del cristiano.
Desde la libertad de los hijos de Dios, somos llamados a la misión en el carisma de adoradores-intercesores, para servir, en este tiempo de gozo, esperanza y renovación, iluminados por el mismo Espíritu.
En una iglesia que con el Fuego del Amor aviva las Bienaventuranzas, vivir como hijos de la Luz, es despojarnos de la persona vieja, en el desprendimiento de todo aquello que nos ata y no nos deja libres para el Señor.
Recordemos la Parábola del Joven rico. Dice el Joven: “todos los mandamientos los he cumplido”. ¿Qué me queda por hacer? Dice el Señor: “Si quieres ser perfecto vende todo lo que tienes y dalo a los pobres”…al oír estas palabras el Joven rico se retiró entristecido.-Mt. 19, 16-22-
Esta Parábola refleja también la propia vida, nos hace revisar y cuestionar si,  nuestro seguimiento a Jesús es  auténtico, o quizá, tenemos una idea vana de Él.
Nos enfrenta, no solamente con nuestra avaricia-acaparamiento de lo material-sino, con un corazón rico en vanidad, soberbia, egoísmo, despojado de humildad y misericordia, creídos que por cumplir los Mandamientos -como el Joven rico- somos merecedores del Reino.
El Señor nos enseña el camino del verdadero seguimiento, a través del crecimiento en el amor, la disponibilidad y el desprendimiento, para arribar al final de los días terrenos, donde  seremos observados en el amor.
En una Iglesia que, con el Fuego del Amor aviva las Bienaventuranzas, somos atravesados por las enseñanzas del Maestro en el Sermón de la Montaña, dejándonos  configurar en nuestro corazón, el auténtico seguimiento de Jesús -Mt. 5, 1-12- “Bienaventurados los pobres de espíritu porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos”
Son aquellos que con la audacia que le infunde el Espíritu del Señor, se disponen con la oración abandonada y el desprendimiento, a abrir el corazón sin reticencias, sin condicionamientos a la Voluntad del Padre, para llenar con el vino nuevo los corazones nuevos -la persona nueva- Mt. 9, 16-22-.
“Bienaventurados los mansos y humildes de corazón, porque recibirán la tierra en herencia”
Vivimos la cruda realidad de una sociedad violenta, de alta convulsión, el camino es la mansedumbre y la humildad, para construir puentes de reconciliación y diálogo, con la fortaleza de los humildes de corazón, y así, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva -2 Ped. 3, 13-.
“Bienaventurados los que lloran porque  ellos serán consolados”
Sentirse consolado es hacer la Voluntad del Padre en la Paz de Cristo.
Es aceptar y ofrecer la propia realidad -enfermedad, pérdidas, agobio, soledad, etc.- asociarla  a los Dolores de la Pasión de Nuestro Señor, con un fuerte valor de redención y purificación, no solo para nosotros, sino, para todos aquellos que lo necesitan.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”
En una Iglesia que aviva con el fuego del Amor las Bienaventuranzas, se ilumina por los gestos y los testimonios de los que conformamos el Cuerpo Místico.
Una nueva consciencia social se arraiga en el amor a los hermanos, ayudando y acompañando a aquellos que de una manera u otra, se encuentran sojuzgados por la injusticia de los poderosos, o de cualquier otro signo. Como también, nuestra indiferencia, que muchas veces mira de costado, sin tomar compromiso alguno, provoca un anti-testimonio.
“Bienaventurado los misericordiosos, porque obtendrán misericordia”
Solemos utilizar-administrar la propia justicia y nos olvidamos de la misericordia.
Nuestros juicios se encuentran viciados de verdades relativas,  imponiéndolos como justos, sin tener en cuenta las necesidades, padecimientos y miserias del hermano.
Muchas veces nos engañamos, cuando seguimos solamente el camino de los sacrificios, pero, dejamos la misericordia a un lado.
 “Yo quiero misericordia y no sacrificios” Dice El Señor -Mt. 9, 13-.
El condolerse por el hermano es tener entrañas de Samaritano, se funda en el amor que Cristo nos enseña: mirar con ojos misericordiosos, sentir con un corazón misericordioso, servir-ayudar-acompañar con misericordia.
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios”
Dice San Juan: “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” -1 Jn. 4, 7-.
El que ama se hace más consciente por la gracia de los propios pecados, vive reparando con la oración, luchando permanentemente en la prueba, con la eficacia de los sacramentos, para que no se enquiste en el corazón: la envidia, la lujuria, la ira, la difamación, etc.
Los corazones purificados por la gracia, viven desde la mirada de Jesús, para progresar en el amor y la pureza del corazón.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”
Es la persona que haciendo la Voluntad del Padre, con un corazón heroico y bien dispuesto, aunque se encuentre con fuertes contradicciones, se esfuerza por construir el diálogo, la paz, la unidad y la reconciliación entre los hermanos, como un servidor fiel en el amor.
El Señor nos enseña: “No te dejes vencer por el mal, por el contrario vence el mal con el bien” -Rom. 12, 21-
“Bienaventurados los que sufren persecuciones por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el reino de los cielos”
Son aquellos que muerden el polvo de la injusticia, por practicar la justicia, comprometiéndose con los hermanos, aún a costa de la propia vida, ofrendándola, asociándola a los Padecimientos de la Cruz de Cristo, para el triunfo de la justicia por el amor. San Pablo nos confronta: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las persecuciones, el miedo, el hambre, la muerte, la desnudez, los peligros? -Rm. 8, 35-39-.
Pidamos a María Santísima, Madre, Esposa de la Iglesia, nos ayude a disponer  nuestro corazón, para las enseñanzas de Jesús en el Sermón de la montaña -las Bienaventuranzas- por el amor y la obra del Espíritu Santo, en esta fiesta de Pentecostés.

¡Alabado sea Jesucristo!

E. M. M.    

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