"Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" Gal.2,20
Si el gozo que experimentamos animados por el Espíritu del Señor, en la ternura de Dios para Adorar a Jesús Eucaristía no se refleja y configura en la vida cotidiana por la humildad, alegría, paz, mansedumbre, tolerancia, comprensión, etc..., todavía no hemos comprendido el significado del llamado para ser instrumentos de Su gracia, como fieles testigos de Su gran Amor.
Aparecerá en nosotros esa Presencia Real, resplandeciente, encarnada, cuando transformado el corazón, comencemos a manifestarnos con los sentidos purificados, reflejados en sus propios actos, sentimientos, acciones, actitudes, proyectos, etc., con una luminosidad tan evidente que se hace testimonio vivo y nos compromete en el servicio para ser verdaderos adoradores.
La comunidad de adoradores no se encierra solo en súplicas, peticiones y alabanzas para satisfacer demandas individuales, sino que se abre como Iglesia ofreciendo este momento trascendente, por la Iglesia Diocesana, y Universal, la santidad en las vocaciones y por todos aquellos que no conocen el Amor de Dios.
Las vivencias espirituales enriquecidas por la gracia durante la Adoración Eucarística, nos ayudan a descubrir como Jesús nos regala en esa intimidad del encuentro los rasgos de Su Amor, que nos hacen más parecidos a Él.
Ahora comenzamos a darle sentido y comprender al Apóstol Pablo cuando nos dice:"Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí", porque la vida es impregnada por el Amor de Jesús y la luz del testimonio será la herencia recibida que alumbrará cada una de nuestras acciones.
Contemplemos el Misterio de la Fracción del Pan, dejándonos invadir en el silencio del corazón, por el Amor de Jesús.
Intentemos interpelarnos sensata y honestamente acerca de la propia coherencia de vida.
Que María Santísima tabernáculo de Jesús, Primera Adoradora, nos ayude a vivir irradiando el Amor de Su Hijo.
¡Alabado sea Jesucristo!
Eduardo
E.M.M.
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